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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Don Román vestía su eterno traje, su traje típico: pantalones anchos; larga levita negra, verduzca y mugrienta; chaleco blanco, pringado de rapé en las solapas; el cuello de la camisa altísimo, arrugado, sin almidón; ancho y apretado corbatín.

Sin embargo, Pepa insistía aspirando a arrancar de aquel cerebro luminoso el secreto de la mina: bromeaba tomándole de las solapas de la levita, llamándole viejo, cazurro, zorro, haciendo gala de una desvergüenza que en ella había llegado a ser coquetería. El banquero no daba fuego.

Permanecían allí, satisfechas de sus disfraces, pero aburridas, con la careta en la mano, jugueteando como niñas. Al ver a Maltrana habían vuelto a enmascararse, y se agitaban en torno de él, empujándolo, cogiéndole por las solapas, gritando, con una algazara semejante al cloquear de un gallinero: ¡No me conoces!... ¡No nos conoces!

Sin embargo, observó que su tío miraba con frecuencia a las solapas de la levita y se las arreglaba con mano trémula: y como le conocía muy bien hacía tiempo, al instante comprendió que había motivo grave para aquel singular y repentino cambio de humor; el cuello de la levita no ajustaba bien; hacía un fuellecito por atrás siempre que bajaba la cabeza.

Como nuestro hombre es avaro, conviene que se quite usted los guantes para que brillen bien las sortijas, y que se desabroche las solapas para que relumbre la cadena. Don Simón comenzó a obedecer como un recluta, y luego dijo: ¿Y cree usted que será conveniente que yo pronuncie algún discursito? ¿Trae usted alguno bien estudiado?

Una hermosa barba patriarcal que le tapaba las solapas del traje parecía suavizar los salientes enérgicos de los pómulos y las fuertes articulaciones de su mandíbula robusta y prominente como la de los animales de presa. Tenía cana la barba, gris el pelo y, sin embargo, parecía envolverle un nimbo de juventud, de fuerza serena, de energía reposada y tenaz, que se comunicaba á cuantos le rodeaban.

Vestido con un terno de paño inglés, regalo del señor, llevaba las solapas cubiertas de alfileres e imperdibles y clavadas en una manga varias agujas enhebradas. Sus manos secas y obscuras tenían una suavidad femenil para manejar y arreglar los objetos.

Ana se le arrojó a los brazos, le ciñó con los suyos la cabeza y lloró abundantemente sobre las solapas de la levita de tricot. La crisis nerviosa se resolvía, como la noche anterior, en lágrimas, en ímpetus de piadosos propósitos de fidelidad conyugal.

Palabra del Dia

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