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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Una tarde entró De Pas en el confesonario con tan mal humor, que Celedonio el monaguillo le vio cerrar la celosía con un golpe violento. Don Fermín bajaba del campanario, donde, según solía de vez en cuando, había estado registrando con su catalejo los rincones de las casas y de las huertas.
Comprendí que el hombre era un enfermo y que la alegría que acababa de recibir le había quitado el poco seso que solía tener, y dije para distraerlo: Deje el vuelto no más, no se preocupe: otro día me lo da. ¡Ah!... ¡Sí!... ¡Bueno!... Y luego, pasándose la mano por la frente, exclamó, como quien vuelve de un sueño: ¿Ve?... ¡Ya se me iba la cabeza!... ¡Amigo, qué cosa!... ¡No puedo pensar en nada!
En estas visitas solía ver, por la puerta entreabierta del recibimiento, a su cuñada Gregoria, con su aire orgulloso y muy compuesta siempre, a pesar de sus canas y su obesidad; un día tropezó en la escalera con Jacintito, que bajaba los escalones de dos en dos, silbando, de habano y bastón, y no le miró, porque le chocaba mucho este mequetrefe, que jugaba en la Bolsa y tiraba el dinero, que no sabía ganar.
Siempre que podía se escapaba de casa; corría sola por los prados, entraba en las cabañas donde la conocían y acariciaban, sobre todo los perros grandes; solía comer con los pastores. Volvía de sus correrías por el campo, como la abeja con el jugo de las flores, con material para su poema. Como Poussin cogía yerbas en los prados para estudiar la naturaleza que trasladaba al lienzo.
242 matreriando lo pasaba ya a las casas no venía; solía arrimarme de día, mas, lo mesmos que el carancho, siempre estaba sobre el rancho espiando a la polecía. 243 Viva el gaucho que ande mal, como zorro perseguido, hasta que al menor descuido se lo atarasquen los perros, pues nunca le falta un yerro al hombre más alvertido.
Díjole un vecino: "En vuestra casa yo me acuerdo que solía andar una culebra, y ésta debe ser sin dubda. Y lleva razón que, como es larga, tiene lugar de tomar el cebo; y aunque la coja la trampilla encima, como no entre toda dentro, tórnase a salir."
Bien es verdad que se me hizo novedad y aun en el gusto, que no era como el de los otros huevos que solía comer en casa de mi madre; mas dejé pasar aquel pensamiento con la hambre y el cansancio, pareciéndome que la distancia de la tierra lo causaba, y que no eran todos de un sabor ni calidad; yo estaba de manera que aquello tuve por buena suerte.
De tarde en tarde, en tiempo, el médico subía de Sacramento: preguntaba por la criatura de Magdalena, como llama a Juan, y cuando se marchaba, solía decir: «Magdalena, es usted un portento: Dios la bendiga», y después de esto, no me parecía la vida tan triste y desabrida.
Pero se lo daba el corazón; lo había observado, sin fijarse en la observación: a Mesía le gustaba entrar en la casa de la Rinconada. Solía llevarle al despacho, a su museo como él decía; allí le explicaba el mecanismo de aquellos intrincados maderos y resortes y, convencido de la ignorancia de su amigo, le engañaba sin conciencia.
Y todo, poco a poco, para atender a las necesidades de la casa, fue saliendo de ella: hasta unas perlas margaritas que había llevado de América a Salamanca un tío, abuelo de doña Andrea, y un aguacate de esmeralda de la misma procedencia, que recibió de sus padres como regalo de matrimonio; hasta unas cucharas y vasos de plata que se estrenaron cuando se casó la madre de don Manuel, y este solía enseñar con orgullo a sus amigos americanos, para probar en sus horas de desconfianza de la libertad, cuánto más sólidos eran los tiempos, cosas y artífices de antaño.
Palabra del Dia
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