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Actualizado: 14 de julio de 2025
Incorporose en el suelo, y viendo a Obdulia tendida a su lado en camisa y con una parte del cuerpo descubierta, sintió un fuerte estremecimiento de vergüenza y se alzó como movido por un resorte. Y pensando con horror que podía llegar el ama en aquel momento, se apresuró a tomar a la joven entre sus brazos para trasportarla a la cama.
Riose también Jacinta; pero su corazón sintió como un repentino golpe, y se le nublaron los ojos. Con la risa del gracioso chiquillo resurgía de un modo extraordinario el parecido que la dama creía encontrar en él.
Yo creo que el partido exaltado no es el único autor de estos desórdenes. ¿Pues quién? preguntó el Rey, que, á pesar de su cobardía, sintió en aquel momento herida su dignidad, y se puso muyencendido. ¿Quién, Feliú? Señor, yo me encargaré de averiguarlo, y propondré á V.M. los medios de darles un ejemplar castigo.
En su presencia sintió impresión muy distinta a la que le había inspirado el poema Amor y muerte, que pocos meses antes había publicado cierta revista literaria titulada Los Ecos del Manzanares: sintió frío y miedo y apego sin condición a la vida, de la cual tantas veces había maldecido en verso.
Dos o tres veces escribí una palabra por otra; eché a perder una hoja de papel sellado, y estaba yo a punto de decir: «¡No sigo escribiendo! ¡Estoy enfermo!...» cuando dio la una. Corrí a la casa. El P. Herrera conversaba en la sala con mis tías, y Angelina arreglaba la mesa en el comedor. No me sintió al llegar; me tenía a su lado y no me había visto.
Entonces la risa abandonó para siempre los labios de la joven, púsose pálida, espantosamente pálida, sintió que la abandonaban las fuerzas y, por primera vez en su vida, perdió el conocimiento desmayándose.
Todo, en efecto, parecía justificar sus temores. Los guerrilleros, muy inferiores en número, retrocedían. No tardó en producirse un remolino en el que se mezclaban los adversarios; los cosacos, franqueando el muro, llegaron al sendero, y un lanzazo, hábilmente dirigido, ensartó el moño de la anciana, quien sintió el hierro frío deslizarse hasta su nuca.
Lafontaine sintió el miedo de vivir, el horror silencioso de esa lucha por el pan, que sólo desenlaza la muerte.
La voz de la aldeana hizo correr de repente por su cuerpo un estremecimiento amoroso. Cuando se juntó a ella y le dio otra vez la mano, Rosa la sintió tan ardiente y temblorosa que separó bruscamente la suya. No intentó de nuevo tomarla, y procuró refrenar el tierno y vago deseo que comenzaba a embargarle. Desde este momento hubo menos confianza entre ellos.
El no era jugador; le fatigaba permanecer inmóvil ante una mesa; creía pueril preocuparse por el rodar de una bolilla de hueso ó las combinaciones de unas cartulinas pintadas. ¡Hay en la vida tantos placeres más interesantes!... Pero aquella noche, orgulloso de su poder, sintió deseos de reñir una batalla con la fortuna.
Palabra del Dia
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