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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Tenía Rafaela la habilidad de insinuarse en los espíritus, de dominar las voluntades y de hacer eficaces sus amonestaciones educadoras sin ofender el amor propio de los educandos. De aquí que los criados de su casa, blancos y negros, la respetasen y la amasen, resultando todos más instruidos y hábiles a poco de entrar a servirla. El cocinero guisaba mejor.
Timoteo sentía la superioridad de Grass en este punto, pero antes le hicieran rajas que confesarlo. Presentación era, con mucho, la más linda de las niñas que la industria y el comercio habían enviado a la boda de Mario. Por eso todos los jóvenes le bailaban el agua, acudían a servirla y festejarla como un tropel de esclavos.
Y en el silencio de la noche, volvió á reanudar su lúgubre cantinela, á la luz de la luna, camino del cementerio. Lo único que le indignaba era que le hablasen de la extensión de la parroquia y lo difícil de servirla un hombre solo. ¡No, carape!: él tenía fuerzas para servir á Dios hasta que reventase; sobre todo, tratándose de entierros.
Tengo el mayor gusto en servirla a usted en esto y en todo lo poco que yo pueda. Gracias, gracias. Poco después salía de mi casa la excelente señora, habiendo dejado en ella cierta atmósfera de tradición secular, de enhiesto orgullo, de olímpica y desmesurada soberbia. Señora doña Melchora Ponce del Ebro de Nuezvana.
Aquí está para servirla dijo una mujer escuálida, saliendo por estrecha puertecilla, bien disimulada entre los estantes llenos de botellas y garrafas que había detrás del mostrador. Como grieta que da paso al escondrijo de una anguila, así era la puerta, y la mujer el ejemplar más flaco, desmedrado y escurridizo que pudiera encontrarse en la fauna a que tales hembras pertenecen.
Consagrar mi vida a servirla, a adorarla de rodillas... Yo sé que haría usted feliz a cualquier hombre, pero a nadie tanto como a mí que conozco las grandes cualidades de su alma, que adivino además en su corazón sentimientos que acaso sean enteramente desconocidos para otros... ¡Es terrible!
Sin saber por qué razón, pues nunca le había sido muy simpática, le dió toda la noche por servirla y requebrarla en voz baja. Cuando se puso un poco alegre, le dijo a Alcántara que estaba del otro lado: Con tu permiso, Rafael, voy a dar un beso a Nati. Y se lo dió sin aguardar respuesta. Rafael no hizo maldito el caso. Poco después volvió a decir: ¿Permites, Rafael? Y ¡zas! le encajó otro beso.
Envió Manuel los poderes necesarios, y allanó Felisa a fuerza de dinero cuantas dificultades surgieron, resolviendo, por último, que un primo suyo representase al novio, y que la ceremonia se verificara en la Puebla del Maestre, donde todo había de serle más fácil de lograr, gracias a los amigos y deudos que allí se desvivirían por servirla.
Palabra del Dia
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