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Actualizado: 9 de julio de 2025
Confieso que me hubiera agradado estar en el fondo de uno de esos agujeros; mas mi acompañante prefería estar al descubierto, tener anchuras, ver a lo lejos y sentir ante sí el campo libre. Hicimos bien, porque los cazadores se internaban en la selva. ¡Oh!
Tan amenos eran aquellos lugares que, embelesados Morsamor y los suyos, olvidaban casi el peligro que corrían. Continuaban, no obstante, su peregrinación, aunque a la aventura y sin saber a punto fijo en dónde podrían refugiarse para escapar o para defenderse de sus perseguidores. La selva parecía interminable y desierta. Los fugitivos no hallaron en ella criatura humana.
Yo debería haber sabido que, al dejar la vasta y tenebrosa selva para entrar en esta población de cristianos, el primer objeto con que habían de tropezar mis miradas, serías tú, Ester, de pie, como una estatua de ignominia, expuesta á los ojos del pueblo.
Todos se colocaron junto a la puerta, con los fusiles preparados. Los piratas no salían de la selva; pero se alejaban lo menos posible; pues de vez en cuando se oían sus voces, y alguna que otra flecha se acercaba silbando, aunque sin llegar a la cabaña aérea.
Instintivamente, sin saber qué hacían, cediendo ambos a un impulso irreflexivo, tal vez movidos por los invisibles genios y espíritus de la selva, acercaron sus rostros y se dieron un beso. Plácido se creyó por breves instantes transportado al paraíso; pero la realidad más cruel hubo de mostrarle en seguida que estaba en la dura y áspera tierra.
Otros no eran ya más que esqueletos en una playa desierta, descarnados por los pájaros de presa, mondados hasta el tuétano por los infinitos enjambres de la selva tórrida, donde todo se mueve y hierve con vida devoradora, blanqueados y secados por el fuego del sol hasta convertirse en frágil cal.
En sus ojos, sombreados de una selva enmarañada de pestañas, no se advertía la chispa de entusiasmo que ardía en los de los demás. Antes se leía el asombro, la ira y la envidia. Cuando acertó a oir las palabras jactanciosas del hijo de su rival, no pudiendo sufrir tanta farsa, gritó con rabia: ¡Fuera ese piojo, sollo! Indescriptible indignación en el auditorio.
Y contad aquel día cuando os cojía al borde del sendero, entre las ruinas del feudal castillo orilla al Neckar o en la selva umbría. Contad lo que os decía, cuando, con gran cuidado, entre las páginas de un libro usado vuestras flexibles hojas oprimía.
Creía que el germen de todo contento había muerto en mí. ¡Oh Ester, tú eres mi ángel bueno! Me parece que me arrojé, enfermo, contaminado por la culpa, abatido por el dolor, sobre estas hojas de la selva, y que me he levantado otro hombre completamente nuevo, y con nuevas fuerzas para glorificar á Aquel que ha sido tan misericordioso.
Morales no había logrado ver nunca al pájaro diminuto, soberano de la selva, pero lo conocía de fama desde su niñez. Tenía por armas su pico, un terrible pico fuerte como el acero mejor templado, y una infernal mala intención. Allí donde clavaba su arma abría orificio, y el golpe iba dirigido siempre á la cabeza del adversario, devorando inmediatamente su cerebro al descubierto.
Palabra del Dia
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