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Actualizado: 2 de junio de 2025


Por cierto que don Adrián subió la bocamanga izquierda hasta el codo, y el arco de las cejas hasta el casquete, a fuerza de rascarse y de admirarse al ver que Leto, de quien esperaba un estampido, en lo del convite no puso el menor reparo, y en lo de las acuarelas se despachó con tres «carapes» seguidos y unos muy dulces restregones de manos a las barbas.

Los autos de fe, seguidos de quemas de hombres, eran espectáculos fuertes que quitaban interés a unos juegos con simples animales montaraces. La Inquisición resultaba la gran fiesta nacional. Pero llegó un día siguió diciendo Ruiz con fina sonrisa en que la Inquisición comenzó a debilitarse. Todo se gasta en este mundo.

Rafaela era poco campestre. Rara vez iba a la chácara. Y como D. Joaquín iba a menudo y pasaba en ella tres o cuatro días seguidos y en ocasiones hasta una semana, el vulgo malicioso murmuraba que, durante estas ausencias, Rafaela usaba y hasta abusaba de la libertad en que la dejaba su marido.

Lo inauguré yo con la princesa Flavia y con ella bailé también después, seguidos ambos por las miradas y los comentarios de la brillante concurrencia. Llegó la hora de la cena y en medio de ella me puse en pie, enloquecido por las miradas de mi prima, y quitándome el collar de la Rosa de Oro se lo puse al cuello.

A las dos de la tarde entraban en Las Tres Rosas unos cuantos señores con papeles bajo el brazo, seguidos por un alguacil. En todo el Mercado, la aparición de los pajarracos de la ley produjo honda emoción.

Nuevos grupos de soldados entraban en el parque: unos con su sargento al frente, otros seguidos por un oficial que llevaba el revólver apoyado en el pecho, como si con él guiase á los hombres. Era la infantería expulsada de sus posiciones junto al río, que venía á reforzar la segunda línea de defensa. Las ametralladoras unían su tac-tac de telar en movimiento al chasquido de la fusilería.

Tres años seguidos he tenido la desgracia de comer de fonda en Madrid, y en el día sólo el deseo de observar las variaciones que en nuestras costumbres se verifican con más rapidez de lo que algunos piensan, o el deseo de pasar un rato con amigos, pueden obligarme a semejante despropósito. No hace mucho, sin embargo, que un conocido mío me quiso arrastrar fuera de mi casa a la hora de comer.

Yo muchas veces pensé si nuestro capitán estaría loco, porque algunas noches se las pasaba sin dormir, andando por el cuarto, llorando e invocando a la Virgen. Quizá le remordían sus crímenes. Antes de ser negrero, el Viejo, según decían, había hecho naufragar varios barcos asegurados, llegando hasta exponer su vida. Tantos naufragios seguidos le dieron una buena fortuna y una mala fama.

Por todos los senderos se alejaban grupos multicolores: unos obscuros, sin escolta alguna, marchando lentamente, como si se arrastrasen, con la miseria de la ancianidad; otros bulliciosos, de faldas inquietas y pañuelos ondeantes, seguidos a distancia por una tropa de atlots, que gritaban, relinchaban y corrían para advertir su presencia a las muchachas. Aún quedaba gente dentro de la iglesia.

Al despertar el alba, fue transportado el ataúd de su lecho a la iglesia; seguidos por el llanto y el duelo de doce aldeas, atravesaron los restos de mi madre el jardín por el mismo sendero de los avellanos, donde yo había visto frecuentemente volver de la iglesia a aquella virtuosa mujer, radiante o compungido su rostro de dicha y de piedad.

Palabra del Dia

rigoleto

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