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En cuanto entró en el cuarto el señor Don Pomposo le dio la mano, como se la dan los hombres a los papás; le puso el sombrerito en la cama, como si fuera una cosa santa, y le dio muchos besos, unos besos feos, que se le pegaban a la cara, como si fueran manchas. Y a Raúl, al pobre Raúl, ni lo saludó, ni le quitó el sombrero, ni le dio un beso.

«¡Y yo que me lo imaginaba a estas horas en la cárcel!... pensó . No habiendo sido aquí, será en Buenos Aires. La policía de allá debe estar mejor informadaLe produjo alguna sorpresa ver que «el hombre fúnebre» iniciaba un asomo de sonrisa y de saludo. «¡Ah, bellacoAhora le miraba como si quisiera hacerse amigo suyo.

Ramiro, por su parte, buscó atraer su mirada, para dirigirle un último saludo; pero aquel espíritu ya estaba lejos de la tierra y se anticipaba a la muerte.

Es una lástima, le dijo Lucía en voz baja, para no ser oída de Muñoz; ahora que no está Adriana para acapararlo como hace siempre, ahora que una podría hablar con usted, se va tan en seguida. Pocos minutos después, acompañándole con Charito hasta la escalera del vestíbulo, su mano enguantada, mientras él descendía, le saludó por encima de la barandilla.

Los garçones me hicieron un saludo apenas perceptible. Esto quiere decir que no iba bien vestido. En efecto, mi mujer y yo hemos notado repetidas veces, que los saludos son más ó menos afectuosos, más ó menos cumplidos, á proporcion del traje que llevamos.

Hallábanse estos formados a uno y otro lado de la doble escalera, y los Grandes, llevando a la derecha a sus padrinos, debían de bajar por un ramal y tornar a subir por el otro, al son del golpe de las alabardas, que les hacían el saludo de honor.

Por eso y por la mala ley que las tenían, más que de saludo fueron de mordisco las palabras y los gestos con que las pagaron sus muestras de cortesía.

Al darse cuenta doña Sol de que el torero la miraba, lo saludó con un ademán afectuoso, y hasta su acompañante, aquel tío antipático, se había unido a este saludo con ruda inclinación del cuerpo, como si fuese a partirse por la cintura.

Todo esto se le pasó por las mientes al Magistral en el poco tiempo que necesitó para quitar el pie del estribo y hacer el último saludo a las señoras dando un paso atrás.

Este estaba a algunos pasos de distancia, y al verle Spronck, le saludó con una sonrisa tan tierna y tan paternal, que Carlos se dejó caer de rodillas ante él.