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Los sainetes de D. Ramón de la Cruz, en que intervienen personajes de las clases medias y de las más elevadas, se distinguen también por su colorido natural y por su viveza y animación extraordinaria, mereciendo asimismo nuestra atención como fuentes verdaderas para iniciarnos sin engaño en las costumbres de la época.

En las obras de este insigne fundador de la literatura de costumbres en España, en las de Larra, Miñano, Gallardo, Quintana, etc., y aun en las comedias, sainetes o articulillos de escritores oscuros, así como en diferentes periódicos no políticos, sin excluir los de modas, he allegado elementos indirectos para sortear las dificultades de empresa tan ruda.

Murió el 19 de abril de 1686. Algunas loas y sainetes suyos, y el fragmento de la comedia Amor es arte de amar, que dejó sin concluir, se encuentran en las Varias poesías sagradas y profanas que dejó escritas D. Antonio de Solís, recogidas por Don Juan de Goyeneche: Madrid, 1692.

Ramillete de sainetes escogidos de los mejores ingenios de España: Zaragoza, 1672. Contiene entremeses de Alarcón, Calderón, etc. Rasgos del ocio en entremeses: Madrid, 1661. Verdores del Parnaso en diferentes bailes y mojigangas, escritos por D. Gil de Arnesto y Castro: Pamplona, 1697. Laurel de entremeses, repartido en diez y nueve.

Varios carteles fijados en los muros del pueblo participaban que, dentro de un breve plazo, una célebre compañía dramática representaría, durante algunos días, una serie de sainetes para desternillar de risa; que, alternando agradablemente con éstos, daríase algún melodrama y diversiones a granel.

D. Ramón de la Cruz escribió centenares de sainetes, que se representaron con general aplauso. Según parece, no tuvo pretensiones de alcanzar fama de autor dramático, no proponiéndose otra cosa, probablemente, que pasar un par de horas divertido, y que participara el auditorio del placer de que él disfrutaba.

Para terminar, bajando de las elevaciones metafísicas, viniendo á lo llano y á lo pedestre y juzgando el asunto con el mero sentido común, yo me inclino á creer que es pedantería inocente la afirmación de que el teatro sea escuela de costumbres ó de que se enseñe moral en novelas, comedias, sainetes y otras obras de mero pasatiempo. Sin duda que estas obras deben ser morales.

En cambio, yo juzgo conveniente representar El mágico prodigioso con los trajes, edificios y muebles bizantino-orientales que se usaban en Antioquía en los primeros siglos de la era cristiana, y no, como he visto representar en Madrid este drama, con trajes del siglo XVI ó del siglo XVII. Aun en la representación de los sainetes y entremeses pondría yo no menor cuidado en la indumentaria.

Lo bueno no es chico nunca. Hay no pocos sainetes que valen más que multitud de dramas y de tragedias en cinco actos. Nada es más difícil, más envidiable y más precioso que hacer reir con burlas y chistes urbanos sin desvergüenza y sin chocarrería.

Su biógrafo asegura que el número de sus autos ascendió á más de ciento, y el de las comedias á más de ciento veinte; enumera, además, doscientas loas sobre asuntos mundanos y religiosos; cien sonetos é infinitas canciones, romances, sainetes y otras poesías sobre diversos asuntos, mencionando, por último, una descripción de la entrada de la Reina madre, un poema sobre las Cuatro novísimas, un tratado sobre la nobleza de la pintura, y otro en defensa de la comedia.