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Era el sabio de la familia. Doña Cristina lo admiraba porque no podía leer sin el auxilio de unos lentes y porque ingería en la conversación palabras latinas, lo mismo que los clérigos. Enseñaba retórica y latín en el Instituto de Manresa, y hablaba de ser trasladado algún día á Barcelona, término glorioso de una carrera ilustre.

Lo demuestra el sabio anticuario romano Ciampini en varias obras de grande erudicion, una de las cuales se titula Vetera monimenta: en dos tomos en folio. L. May: Des temples anciens et modernes.

Ni en el cielo ni en la tierra, ni en la vida presente ni en la futura, reconoce el Cristianismo que el necio y el sabio, y menos aún el santo y el vicioso, sean iguales, a no ser radical y esencialmente.

Se creía el señor Infanzón en el caso de comprender el entusiasmo artístico del sabio mejor que las señoras, quien por su natural ignorancia tenían alguna disculpa si no se pasmaban ante un cuadro que no se veía. Buscó alguna frase oportuna y por de pronto halló esto: ¡Oh! ¡mucho! ¡evidentemente! ¡conforme!

El mahometismo gárrulo y triunfante se arma de nuevo contra la cruz: al sabio y pacífico y sensual Al-hakem sucede el intrépido, osado y duro Almanzor; y con él nuevas desolaciones para los cristianos de España, nuevas derrotas, nuevas cadenas; y nuevas conquistas, nuevos trofeos para los sectarios del Islam.

Preguntaban á Newton en cierta ocasión: ¿Cómo ha llegado usted á descubrir la ley de la gravitación? A lo que el sabio respondió modestamente: «Pensando en ello». Si los novelistas pensasen más en la perfección de sus obras y menos en ostentar á todo trance las cualidades de que se creen poseedores, ó en producir ruido, imagino que aquéllas serían más bellas y duraderas.

2 Y Moisés llamó a Bezaleel y a Aholiab, y a todo varón sabio de corazón, en cuyo corazón había dado el SE

El infeliz no ha podido hacer otra cosa que enseñarme a leer y a escribir y procurar encaminarme a la virtud. Es muy pobre, pero... ¡es un sabio! Lo poco que se lo debo, y, sobre todo, él me ha hecho conocer que la mayor riqueza es la honra; la mayor felicidad tener la conciencia tranquila; el mayor mérito a los ojos de Dios, sufrir resignadamente la pobreza.

Julio Claretie dice que los antecedentes de «Chantecler» deben de buscarse en la famosa «Historia cómica de los estados é imperios del Sol», que publicó en la primera mitad del siglo XVII aquel gran extravagante, mitad sabio, mitad espadachín, que se llamó Cyrano de Bergerac.

Y Azorín ha contestado: Yo imagino, Sarrió, que usted ya se regodea con las pechugas de esos patos. Y esos patos son de un buen hombre que es obispo. Este hombre, además de ser obispo, es un poco sabio y un poco artista, y en los ratos que le dejan libre sus cuidados se asoma al río y va echando migajas a los patos. San Bernardo era también amigo de los animalillos que Dios cría.