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Al cabo el viejo le dejó libre y, echando atrás dos pasos y dirigiéndose á los concurrentes con su voz ronca y su ceceo de andaluz cerrado, exclamó: ¡Miren ustedes á ése! ¡mírenlo ustedes bien!... ¿Á que no saben ustedes lo que ha hecho?

Dióle Dios riqueza y poder, y cuna ilustre, y á me dió ingenio y dominio sobre los demás, y ojos que saben mirar, y oídos que sin escuchar oyen; somos, pues, uno solo. ¿Y qué me importa á de todo eso? dijo la Dorotea. Oíd, oíd, y esperad al fin.

Y como el clérigo renegado tenía una historia tan variadita y dramática, y sabía contarla con mucho aquél, adornándola con mentiras, D. Francisco se embelesaba oyéndole, y en todas las cuestiones de un orden elevado le tenía por oráculo. D. José era de los que con cuatro ideas y pocas más palabras se las componen para aparentar que saben lo que ignoran y deslumbrar á los ignorantes sin malicia.

Ahora bien: como ustedes saben, señores, yo soy un buen muchacho; esa es mi profesión... Encontré, pues, un medio de anular cuanto antes mi matrimonio frustrado.

Y, á la verdad, si se hubiera limitado á dar en el blanco, si sólo hubiese sido certero y si su ingenio no hubiera volado muy por cima del objeto á que por reflexión quería dirigirse, Cervantes sólo hubiera escrito un libro que ya no leería casi nadie y no el libro inmortal que leerán y releerán siempre todas las personas de buen gusto, ya en lengua castellana, si la saben, ya en cualquiera otra lengua en que se traduzca medianamente.

El gobernador y tenientes estamos lejos y sin ningún conocimiento de las leyes, y así ni podemos usar de ellas, ni aun formar con método y formalidad un expediente jurídico; los religiosos regularmente no saben más que alguna teología moral, y nada de derecho civil, ni canónico.

Hay algunos que no están contentos si no hacen participantes á los demas de lo que ellos saben, y como todo su estudio ha sido de memoria, no se halla en sus escritos sino un amontonamiento de noticias vulgares, ó falsas; y si bien se repara, en semejantes libros no hay mas que molestas repeticiones de una misma cosa.

Hasta los que menos conocen las obras de Tirso de Molina saben perfectamente que él fué el primero que presentó en el teatro la célebre historia de El Burlador de Sevilla y Convidado de piedra, que, por su plan y desarrollo, debe clasificarse entre sus obras menos importantes, aun cuando se noten en ella ciertos rasgos propios sólo de un poeta de primer orden.

LA ENFERMERA. ¡No, hija mía...! Cuando haya cuidado usted a algunos heridos se iniciará en el flirteo, que acerca al enfermo a su ángel de la guarda. Todas estas viejas hadas, la generala de las enfermeras y la marquesa de las parlanchinas, no saben lo que es cuidar hombres.

Pero los pocos que saben apreciar y comprender lo que significan los viajes, viven de una doble vida, pues les basta cerrar un instante los ojos, evocar un paisaje contemplado, y éste revive con una intensidad de vida, con un vigor de colorido, con una precisión de los detalles que parece transportarnos al momento mismo en que lo contemplamos por vez primera y borrar así la noción del tiempo transcurrido desde entonces.