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Actualizado: 17 de junio de 2025


El administrador de los religiosos, sin embargo, le dejaba por humanidad el usufructo de los campos siempre que le pagase anualmente una pequeña cantidad, una bicoca veinte ó treinta pesos. Por lo demás Tandang Selo le decía: ¡Paciencia! más has de gastar en un año pleiteando que si pagas en diez lo que exigen los Padres blancos. ¡Hmh! Acaso te lo paguen ellos en misas.

Los que han leido la primera parte de esta historia, se acordarán tal vez de un viejo leñador que vivía allá en el fondo de un bosque. Tandang Selo vive todavía y aunque sus cabellos se han vuelto todos canos, conserva no obstante su buena salud. Ya no va á cazar ni á cortar árboles; como ha mejorado de fortuna solo se dedica á hacer escobas.

Se empeñaría el relicario, pero Julî sacudió la cabeza. Una vecina propuso vender la casa y Tandang Selo aprobó la idea muy contento con volver al bosque á cortar otra vez leña como en los antiguos tiempos, pero Hma. Balî observó que aquello no podía ser por no estar el dueño presente.

Haz cuenta como si los parientes del caiman hubiesen acudido, decía Tandang Selo sonriendo plácidamente. ¡El año que viene te vestirás de cola é irás á Manila para estudiar como las señoritas del pueblo! decía Cabesang Tales á su hija siempre que la oía hablar de los progresos de Basilio.

Y mientras dormían y se arrastraban los espedientes, mientras los papeles sellados menudeaban como cataplasmas de médico ignorante por el cuerpo de un hipocondríaco, Basilio se enteraba en todos sus detalles de cuanto había ocurrido en Tianì, de la muerte de Julî y la desaparicion de Tandang Selo.

Cabesang Tales tuvo que entregar su escopeta, pero armado de un largo bolo prosiguió sus rondas. ¿Qué vas á hacer con ese bolo si los tulisanes tienen armas de fuego? le decía el viejo Selo. Necesito vigilar mis sembrados, respondía; cada caña de azucar que allí crece es un hueso de mi esposa. Le recogieron el bolo por encontrarlo demasiado largo.

Los soldados se volvieron y vieron al Carolino espantosamente pálido, la boca abierta y con la mirada en que flotaba el último destello de la razon. El Carolino, que no era otro que Tanò, el hijo de Cabesang Tales, que volvía de Carolinas, reconocía en el moribundo á su abuelo, á Tandang Selo, que, como no le podía hablar, le decía por los agonizantes ojos todo un poema de dolor.

Pasó otro año, vino otra cosecha buena y por éste y aquel motivo, los frailes le subieron el cánon á cincuenta pesos que Tales pagó para no reñir y porque contaba vender bien su azúcar. ¡Paciencia! Haz cuenta como si el caiman hubiese crecido, decía consolándole el viejo Selo.

Sélo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado, y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreción, sin pagar, ofrecido sea al diablo, el maravedí.

Cuando Tandang Selo quiso saludar á los parientes que venían á visitarle trayéndole sus niños, con no poca sorpresa suya encontró que no podía articular una palabra: en vano se esforzó, ningun sonido pudo modular.

Palabra del Dia

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