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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Después, Teresa, mujer hacendosa, preguntó á su marido por el resultado del viaje, quiso ver el caballo, y hasta la triste Roseta olvidó sus pesares amorosos para enterarse de la adquisición. Todos, grandes y pequeños, fuéronse al corral para ver el caballo, que Batistet acababa de instalar en el establo.

Roseta era la más callada y laboriosa. Para no distraerse en su trabajo, se abstenía de cantar y jamás provocó riñas. Tenía tal facilidad para aprenderlo todo, que á las pocas semanas ganaba tres reales diarios, casi el máximum del jornal, con grande envidia de las otras.

Pero con el egoísmo de su dicha, Tonet se preocupaba tanto de los tacos y amenazas de su amo, como la hilandera de su temido padre, ante el cual sentía ordinariamente más miedo aún que respeto. Roseta tenía siempre en su estudi algún nido, que decía haber encontrado en el camino.

Y con la terrible majestad del padre latino, señor absoluto de sus hijos, más propenso á infundir miedo que á inspirar afecto, empezó á andar seguido por la trémula Roseta, la cual, al acercarse á su barraca, creía marchar hacia una paliza segura. Se equivocó.

Roseta se colgaba de su cuello, suspirando amorosamente, con los ojos todavía húmedos: ¡Pare! ¡pare!... Pero el pare no pudo contener una mueca de sufrimiento, un «¡ayahogado y doloroso. Un brazo de Roseta se había apoyado en su hombro izquierdo, en el mismo sitio donde sufrió el desgarrón de la uña de acero, y en el que ahora sentía un peso cada vez más abrumador.

Mientras hablaba iba examinando al recién llegado y al ver que lucía una hermosa roseta en la solapa y sospechando que se las había ahora con un parroquiano de consideración, se mostró ya menos indiferente.

Desde el día siguiente, Roseta formaría parte del rosario de muchachas que, despertando con la aurora, iban por todas las sendas con la falda ondeante y la cestita al brazo camino de la ciudad, para hilar el sedoso capullo entre sus gruesos dedos de hijas de la huerta.

Pero este alejamiento no podía prolongarse para los novios impacientes, y un domingo por la tarde, Roseta, inactiva, cansada de pasear frente á la puerta de su barraca y creyendo ver á Tonet en todos los que pasaban por las sendas lejanas, agarró un cántaro barnizado de verde, y dijo á su madre que iba á traer agua de la fuente de la Reina. La madre la dejó ir.

Allí cayó Roseta con su cántaro, sin haber encontrado al novio en el camino, á pesar de que anduvo lentamente, volviendo con frecuencia la cabeza, esperando á cada momento que saliese de una senda. La ruidosa tertulia de la fuente callóse al verla.

Debía respetar el secreto que hacía buscarse á estas dos personas. Presintió además que el tal misterio iba á ser de corta duración. Tal vez durase lo que la noche. Cuando volvió á la pieza donde estaba el buffet, vió á su amigo Federico que seguía conversando con el mismo personaje: un señor ya viejo, con la roseta de la Legión de Honor en una solapa y el aspecto de un alto funcionario retirado.

Palabra del Dia

hociquea

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