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He aquí el campo Quemado y la miserable cueva en cuyo umbral dos niños llenos de harapos se revuelcan en el polvo como perrillos alegres. Entramos. Un olor fétido y sofocante se nos coge a la garganta y me basta una mirada para convencerme de que a la enferma le quedan pocas horas de vida.

Al ver las lavas ardientes que se revuelcan, se agitan, se chocan bramando en este gran foco de lucha intestina, los que por más avisados se tienen, han dicho: es un volcán subalterno, sin nombre, de los muchos que aparecen en la América: pronto se extinguirá; y han vuelto a otra parte sus miradas, satisfechos de haber dado una solución tan fácil como exacta de los fenómenos sociales que sólo han visto en grupo y superficialmente.

Por entre la malla de su prosa hay pueblos que se hunden, ejércitos que se destrozan, mares que se revuelcan, bosques que caminan. Es raso y es acero. Es guzla y es clarín. Es halago y es centella. Escribe versos que enamoran, filípicas que entusiasman, libros que glorifican. Es diminuto y es excelso. Sencillo y complicado. Es león y paloma. Oruga y colibrí.

Cualquiera que despertara súbitamente a la razón y se encontrase en el departamento de pobres, entre turba lastimosa de seres que sólo tienen de humano la figura, y se viera en un corral más propio para gallinas que para enfermos, volvería seguramente a caer en demencia, con la monomanía de ser bestia dañina. ¡En aquellos locales primitivos, apenas tocados aún por la administración reformista, en el largo pasillo, formado por larga fila de jaulas, en el patio de tierra, donde se revuelcan los imbéciles y hacen piruetas los exaltados, allí, allí es donde se ve todo el horror de esa sección espantosa de la Beneficencia, en que se reúnen la caridad cristiana y la defensa social, estableciendo una lúgubre fortaleza llamada manicomio, que juntamente es hospital y presidio! ¡Allí es donde el sano siente que su sangre se hiela y que su espíritu se anonada, viendo aquella parte de la humanidad aprisionada por enferma, observando cómo los locos refinan su locura con el mutuo ejemplo, cómo perfeccionan sus manías, cómo se adiestran en aquel arte horroroso de hacer lo contrario de lo que el buen sentido nos ordena!

Oigasté, ¿y si le dijeran: «Suelte lo que no es suyo?...». Ahí va otro. ¡Cuánto habrá robado ese hombre para llevar cocheros con tanto galón!... Anda, anda, y allí va un cochero montado en el caballo de la derecha, con su gorrete azul y charretera... ¡Eh!, y en el coche van dos señoras... ¡Vaya unas tías, y cómo se revuelcan en los cojines! Oigan ustés, ¿de dónde han sacado tanto encaje?