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El día asomaba despejado y magnífico: en las hierbas resplandecían las cristalizaciones de la escarcha; la tierra se estremecía de frío y humeaba levemente a la primera caricia del sol; el paso animado y gimnástico de los cazadores resonaba militarmente sobre el terreno endurecido por la helada. Desde el cazadero, adonde llegaron a cosa de las nueve, desparramáronse por el monte.

Establecieron los Jesuitas la mision de San-Pedro en el sitio donde hoy se descubren sus ruinas: su posicion central la hizo ser bien pronto capital de la provincia; y concentrando en ella los misionero todos sus tesoros y sus grandezas, San-Pedro llegó á rivalizar, por sus monumentos, por el número de sus estatuas de santos, por las alhajas con que resplandecian las imágenes de la Virgen y del niño Jesus, por las chapas de plata que adornaban sus altares, y sobre todo, por las ricas esculturas en madera de su iglesia, no solamente con las catedrales de Europa, sino tambien con los suntuosos templos del Perú.

Sabe Dios cómo se hubiera criado y lo que hubiera sido de ella si el marqués se arruina y muere de berrenchín, dejándola huérfana de edad de cinco años y no de quince. Doña Luz gustaba además de D. Acisclo. Simpatizaba con su actividad, con su amor al trabajo y con otras virtudes que en él resplandecían.

Diríase que el mago Carnaval, con poderoso conjuro, había desencantado la Fábrica, y vuelto a sus habitantes la verdadera figura en aquel día. Muchachas en las cuales a diario nadie hubiera reparado quizá, confundidas como estaban entre las restantes, resplandecían, alumbradas por una ráfaga de hermosura, y un traje caprichoso, una flor en el pelo, revelaban gracias hasta entonces recónditas.

Aquel lenguaje periodístico tan animado y fogoso, aquellos tan nobles pensamientos, el entusiasmo por los intereses de Sarrió, la franqueza y la modestia que en él resplandecían, llenó de júbilo los corazones y les hizo presentir una era de prosperidad y bienandanza. Por la noche, la orquesta, dirigida por el señor Anselmo con su gran llave lustrosa, dió serenata a la redacción.

Era un verdadero enjambre espantado, indeciso, de maripositas grises, hechas como de tierra, que desprendían una arena finísima al volar y resplandecían por instantes, a modo de luciérnagas, en el rayo de sol. Muchos de aquellos insectos fueron a posarse sobre los vestidos de Beatriz, adhiriéndose al jubón y a la saya y cubriendo su manto.

Allí había un yelmo, una coraza, una gola y grebas, con un par de manoplas, y colgando debajo una espada; todo, y especialmente el yelmo y la coraza, tan perfectamente bruñido, que resplandecían con un blanco radiante, iluminando el pavimento.

En aquella época en que vivía mi abuela, solía verse Aguirreche casi siempre cerrada, lo que producía una impresión de tristeza, mitigada un tanto por las muchas flores que resplandecían en los balcones. Entrando, se experimentaba una sensación de ahogo y de lobreguez.