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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Y a la noche tercera luché todavía; me había engañado; el premio me costó batalla nueva, y sólo pude recogerlo entre molestias sin cuento, por culpa del maíz deleznable, curioso, importuno, entremetido. Ramona, ya rendida, se quejaba también.
Yo también he leído algunas historias y poesías, pero de todos los elementos que de ellas guardaba mi memoria no logré nunca componer una pintura que no fuese muy inferior en mérito a lo que veo en Vd. y comprendo en Vd. desde que le conozco. Así es que estoy rendida y vencida y aniquilada desde el primer día.
Pobre hijo mío... ¡Qué disgusto tendrás por no haber podido estar a mi lado en este trance supremo!... Dirás a todos que no sufro... Que ya estoy en un lugar delicioso, desde el cual veo el cielo desde donde bendicen a mis hijos...» Después, sus labios sonreían dulcemente, balbuceaba algunas palabras y nuevamente quedaba rendida por la fatiga.
Por el contrario, apenas sabía leer y escribir, pero era un buen mozo y disponía á su capricho de todas las artes que cultivan los varones metidos en sus casas para atraer y dominar á las pobres mujeres. Como la mujer vive preocupada por sus negocios y vuelve á su domicilio rendida de tanto trabajar, ignora el modo de precaverse de tan diabólicas asechanzas.
Los esposos Sánchez no mantenían amistad muy íntima con esta familia; pero comprendiendo todo el lustre que sobre la fiesta recaería si lograban que asistiese a ella, les escribieron una rendida carta.
Y a Angelina: ¡Pobre de tí! ¡Eres muy buena, muy buena! ¿Qué obligación tienes de velar mi sueño? ¡Me da pena llamarte, sí, me da pena! Si lo hago es porque no quiero despertar a Pepa. La infeliz cae rendida, ¡y ya no está para eso!
Clavó los ojos en la puerta, y, cuando esperaba ver entrar por ella a la rendida y lastimada Altisidora, vio entrar a una reverendísima dueña con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrían y enmantaban desde los pies a la cabeza.
Rendida del trabajo, dedicaba las horas de la noche y los domingos enteros a la lectura de novelas, devorándolas, sin predilección, pues bastaba para su gusto que la hiciesen llorar mucho, pero mucho.
Pepe sabía que la religión es, con respecto del incrédulo, lo que la seducción respecto a la mujer: el primer favor, la primera condescendencia, es prenda de vencimiento inevitable. Hasta dónde puede llegar el triunfo, nadie lo sabe; que así como la virtud, rendida por la pasión, pierde su albedrío, así el alma, avasallada por la fe, reniega de su propio criterio.
Medrosa por la ocasión y medio rendida ante la idea del amor, fijaba de cuando en cuando la mirada en Juan, cual si pretendiese adivinarle los pensamientos; otras veces dirigía la vista hacia el faldellín y botas de raso, que simbolizaban su peligrosa vida artística, y luego desviaba con desdén los ojos.
Palabra del Dia
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