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¡Bravo, mon garçon! gritó el arquero riendo á carcajadas. Ya sabía yo que de haber un hombre en el corro no me costaría trabajo descubrirlo. ¿Conque quieres abofetearme, eh? Pues mira, otra cosa te propongo. Una lucha en regla. No á puñadas, porque yo tengo mi plan y no quiero echar á perder esa cara de pascua que Dios te ha dado.

Esta regla de prudencia es susceptible de infinitas aplicaciones á lo antiguo y moderno.

Regla quarta: Para creer los hechos contingentes y expuestos á los sentidos, no basta que sean verosímiles: es menester tambien que alguno asegure su existencia.

Bueno, pues me voy... me duele la cabeza... no estoy para nada.... Pero no se lo digas a mi madre.... Si sabe que dejé el despacho tan pronto... creerá que estoy enfermo.... , , eso . ¡Ah! oye; la licencia para el oratorio de los de Páez, ¿vino ya? . ¿Está corriente, puedo llevármela ahora? Ahí la tienes, en ese cartapacio. ¿Va en regla todo? ¿Podrá doblar el coadjutor de Parves?...

Casi me atreveria á decir que esta regla, por lo comun tan descuidada, es de las que deben ocupar el lugar mas distinguido. Claro es que no podemos saber qué medios tuvo el historiador para adquirir el conocimiento de lo que narra, ni el concepto que debemos formar de su veracidad, si no sabemos quién era, cuál fué su conducta, y demas circunstancias de su vida.

Regla quinta: Para creer los hechos contingentes no solo es necesario que sean verosímiles y probados por testigos, base de atender tambien la calidad de los que atestiguan, y la grandeza, ó pequeñez del hecho antes de dar el asenso.

Todo esto prueba á lo mas, la debilidad de nuestra naturaleza; la posibilidad de que en algunos desgraciados se trastorne el órden establecido para la humanidad; que la regla de la verdad en el hombre, como que existe en una criatura tan débil, admite algunas excepciones; pero estas son conocidas, porque tienen caractéres marcados.

La casa de Paco era un terreno neutral; el lugar más a propósito para comenzar en regla un asedio y esperar los acontecimientos. Don Álvaro lo sabía por larga experiencia. En casa de Vegallana había ganado sus más heroicas victorias de amor. Su orgullo le aconsejaba que no hiciera en favor de Ana Ozores una excepción que a todo Vetusta le parecería indispensable.

El salón en que se conversa, es la excepción en Provincias; el en que se chismorrea, es enteramente la regla general... En casa de la abuela se conversa un poco... a veces; se chismorrea siempre... Con dulzura, seguramente, sin maldad y con una notoria benevolencia, pero, en fin, se chismorrea. Hasta ahora estaba yo casi excluida de esas reuniones, sin gran sentimiento mío, lo confieso.

Una novela no es una serie de casos vividos, observados y experimentados por quien los reproduce luego sin unidad de acción, sino que debe tener el conveniente enlace que haga que todos estos casos, accidentes o episodios, concurran al mismo fin y contribuyan a poner debido término a la historia. Contra esta regla, que a mi ver no debiera derogarse, peca el autor de Mariquita León.