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Me dolió un poco la alusión hecha a la inconveniencia mía, y sobre todo el averiguar que usted la había notado; y entre quedar con el sambenito encima, y el riesgo de que volviera usted a reírse de declarándole la verdad, opté por esto, que resulta menos desairado que lo otro... a mi manera de ver.

Llenose de ellos los bolsillos, y es más que probable que dejara caer alguno, que no faltó quien recogiera, porque por la noche, en el teatro, oyó a algunos jóvenes autores y abonados de la orquesta bromear y reírse de una carta que acababan de encontrar y que circulaba de mano en mano.

Pero Gallardo y don José, que fumaban al otro lado de la mesa, con la copa de coñac al alcance de la mano, tenían ganas de hacer hablar al Nacional para reírse de sus ideas, y le azuzaban insultando a don Joselito: un embustero que trastornaba a los ignorantes como él.

Rabia, rabia, rabia... Y no los tendrás, no los tendrás nunca, y yo ... Rabia, rabia, rabia...». Más allá del Banco volvió a reírse. Su monólogo era así: «¡Lo mismo que la otra, la señora del Espíritu Santo...! Doña Mauricia, digo, Guillermina la Dura... Quiere hacernos creer que es santa... ¡buen peine está!

Sin embargo, á pesar de su atrevimiento, estos rasgos epigramáticos se presentan con tanta benevolencia y en versos tan harmoniosos, bajo un velo tan bello de ironía, y con galas tan seductoras, que hasta los atacados por ellos no pueden menos de reirse también al oir las palabras del hermano de la Merced.

A pesar de mi cariño, no puedo menos de encontrar cómico el apuro de Lacante, y él, que lo ha observado, me ha tirado su gorro a la cara. El estado de Elena no es grave hasta ahora, y puede uno reírse sin remordimiento del gracioso embrollo en que este buen señor está metido.

Su lacayo también la vio, pues ella le ha oído contar la historia al cochero y reírse... a costa mía, sin duda... Luciana es orgullosa y hasta un poco altanera con los criados, y presumo que fue de esas bajas regiones de la servidumbre de donde salieron los anónimos. Naturalmente, no creo tal historia. Ha habido un error, o bien... ¿Qué razón ha podido llevar a Luciana a casa de Lautrec?...

Va usted a reírse de . El griego contestó ruborizándose como un colegial. ¡El griego! ¡Usted sabe leer el griego! ¿Y un hombre como usted ha podido entretenerse aprendiendo el griego? Una verdadera casualidad. Mi preceptor hubiera podido resultar un imbécil como los demás, ¿no es cierto?, pues bien, me encontré con que era un sabio. ¿Y usted lee el griego por placer? A Homero, .

Había dejado su abrigo sobre la cama porque tenía calor. La noche era magnífica: aún sentía en su estómago la tibieza del vino que había bebido por la tarde y de aquellas sardinas que eran un bocado de príncipe. El joven, al decir esto, daba diente con diente, y fingía reírse para ocultar su temblor. El frío acabó por obligarle a refugiarse en el lecho.

Su sorpresa llegó al colmo cuando notaron que los ladridos venían de lo alto. ¡Calla! exclamó Cornelio . ¿Un perro en las ramas de un árbol? ¿Cómo explicar esto, tío? El Capitán, en vez de responder, lanzó una carcajada. ¿De qué te ríes? le preguntaron Hans y Cornelio. Es que el caso es para reirse, muchachos les dijo . ¿Queréis ver al pretendido perro? Mirad entre las ramas de aquel durión.