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Como otras veces, Ana fue tan lejos en este vejamen de misma, que la exageración la obligó a retroceder y no paró hasta echar la culpa de todos sus males a Vetusta, a sus tías, a D. Víctor, a Frígilis, y concluyó por tenerse aquella lástima tierna y profunda que la hacía tan indulgente a ratos para con los propios defectos y culpas. Se asomó al balcón.

Juan no supo contestar, porque tampoco él sabía de dónde diablos salían las chufas. Valencia se aproximaba ya. En el vagón entraron algunas personas; pero los esposos no dejaron la ventanilla. A ratos se veía el mar, tan azul, tan azul, que la retina padecía el engaño de ver verde el cielo.

Si el mundo se compusiera de gente como yo resultaría imposible la vida. También tengo mis ratos en que quisiera transfigurarme, ser ave de corral como toda la gente que me rodea.

¡Quiá!... respondió el boticario, echando la cabeza a un lado y casi cerrando los ojos al recargar el acento de la palabra y de la sonrisa ; esa afición es la de los ratos perdidos... vamos, la última de todas. Otra muy distinta es la que materialmente le cautiva y le trae a mal traer... a mal traer, , señor, ¡caray! ¡Es mucho cuento lo que le emborracha! La caza, ¿eh?

A ratos dulce, a intervalos áspera, siempre segura de misma, había en ella asomos de energía, que antes que a la impresión del momento obedecían a la voluntad.

No es alto ni bajo, flaco ni grueso; a ratos lampiño, a ratos barbudo... Al sonar un campanillazo la visión se disipa y el lúgubre recinto se trueca en un paseo enarenado, por donde corretea un niño tras un ato de madera. El chiquitín tropieza, cae, se lastima... y suena un grito.

Sin embargo, éste era el único con quien se humanizaba a ratos. Echando la vista en torno y advirtiendo el lujo que allí reinaba, pronto se convenció Miguel de que los tertulianos todos, sin exceptuar a su tío, apetecían la mano un poco rugosa ya de la intendenta.

Largos ratos se dedicaba ella a pensar en las contingencias de aquellos graciosos amores, y llegaba, imaginando, al día de la boda, y pensaba en la verosimilitud de una cencerrada, pues el tío era viudo, cencerrada en que ella colaboraría a cencerros tapados, sin perjuicio de haberle regalado antes a la novia un magnífico aderezo.

Ella dijo que muchos ratos se había entretenido en leellos, pero que no sabía ella dónde eran las provincias ni puertos de mar, y que así había dicho a tiento que se había desembarcado en Osuna. -Yo lo entendí así -dijo el cura-, y por eso acudí luego a decir lo que dije, con que se acomodó todo.

A ratos se acordaba de don Juan, imaginando que la jugarreta tenía muchísima gracia; y cada vez que al recostarse se hundían, bajo su peso, los muelles de las butacas, creía sentarse sobre la propia dignidad de su enemigo.