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No sabía Quevedo, no podía pensarlo, después de lo que había oído en la casa de la comedianta, entre ésta y el duque de Lerma, que la tormenta se preparaba para él; que él era la carne muerta; esto es, el hombre preso á cuyo olor iban aquellas aves de rapiña. Apenas se perdió Quevedo por las escalerillas, cuando uno de los alguaciles se echó fuera del alcázar más ligero que un rehilete.

Estos discos eran de diversos tamaños y metales, llevando todos ellos de relieve en sus dos caras un busto de mujer gigantesco y un ave de rapiña con las alas abiertas. Según la explicación del sabio Flimnap, servían en el país de los Hombres-Montañas como signos de cambio, y estaban todos ellos comprendidos bajo el título general de «moneda».

Y además el silencio, ese gran silencio del invierno...; la nieve todavía blanda, que cae de la copa de los altos abetos sobre las ramas inferiores que se inclinan; las aves de rapiña, dando vueltas de dos en dos por encima de los montes y lanzando sus gritos de combate: cosas son ésas que sólo se pueden ver, que no se pueden describir.

22 Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán en rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja. 23 Y despertaré sobre ellas un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David: él las apacentará, y él les será por pastor. 24 Yo, el SE

No había necesidad de mirarle dos veces para ver a qué religión pertenecía. Era de los que hacen del sábado su domingo. El afán del lucro brillaba en sus pequeños ojos y su nariz se asemejaba al pico de un ave de rapiña. Le Tas le rogó que pasase al hotel para forzar una cerradura, lo que Mantoux llevó a cabo como hombre experimentado.

Por extraño fenómeno, mientras los cabellos habían emblanquecido enteramente, las cejas conservaban el color de la juventud, y estaban formadas de pelos muy fuertes, rígidos y erizados. Su nariz corva y fina debió también haber sido muy hermosa, aunque al fin por la fuerza de los años, se había afilado y encorvado más, hasta el punto de ser enteramente igual al pico de un ave de rapiña.

Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas tocantes a sus siervos, que yendo a vender no qué ropa y otras cosillas a una casa, conoció uno no qué hacienda suya. Trujo un alguacil y agarráronme la vieja, que se llamaba la madre Labruscas. Confesó luego todo el caso y dijo cómo vivíamos todos y que éramos caballeros de rapiña.

Habéis hecho vuestra fortuna; ¡cuanto tengo os pertenece!... ¡No! pero venid de todos modos; ¡os juro que no quedaréis descontento de ! Y sin dejarle apenas tiempo para cambiarse de traje, llevóselo como arrebata el ave de rapiña a su presa. M. Taillade y sus obreros tomáronle por un loco. El bueno de Romagné levantaba los ojos al cielo, y se preguntaba qué querrían de él otra vez.

El hombre futuro trabajaría sin que le obligasen las necesidades. No le guiaría el cuerpo con sus imperiosas peticiones; le inspiraría su conciencia la noción clara de la solidaridad con sus semejantes, la certeza de que, desertando del deber social, otros imitarían su ejemplo, y resultaría imposible la vida común, retrocediéndose a los tiempos actuales de miseria y rapiña.