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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Preguntó por ella: quería saber detalles de su vida, á pesar de la frecuencia con que llegaban sus cartas. El senador, mientras tanto, conmovido por su reciente emoción, había tomado cierto aire oratorio al dirigirse á su hijo.

Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que, escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien, no sólo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más. Y antes le había lástima que enemistad. Y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal.

Pero la vaporosa criatura, harta sin duda de las magnificencias del saqueo, quería mostrarse ahora desinteresada, prefiriendo á los hombres pobres y perseguidos, sin duda porque todos los que la rodeaban eran ricos, fanfarrones é insolentes. Y por esta necesidad de cambio y de contraste, abandonó á nuestro general, enamorándose de Taboada.

No soy yo quien debe aconsejar a Máximo, papá... Nunca me ha pedido mi opinión... Mi padre comprendió esta respuesta en el sentido que yo quería. ¡Pobre hija mía! me dijo tiernamente; los dos habíamos pensado que haría mejor elección... Es preciso, sin embargo, que le una respuesta... Cree que las mujeres os observáis y os hacéis confidencias... ¿es verdad?

Hasta la vieja Cardenala se arrancó por panaderos con un comerciante vecino casi tan antiguo como ella. La novia, rendida ya, jadeante, se empeñaba, no obstante, en bailar sola, sin hacer caso de María-Manuela que le advertía con empeño de que no lo hiciera, porque se bailaba con el diablo. Mercedes, la madrina, un poco excitada por el vino, quería que Velázquez bailase con ella.

Mas antes la harían pedazos que dejase traslucir semejantes afectos, y cuanto más guapo, más esclavo quería al mísero escribiente de D. Diego, más humillado cuanto más airoso en su humillación.

Quería protegerlo y ser protegido por él mismo; era como una prenda de mi padre, que me lo recordaba y me lo reproducía; lloré mucho sobre él y debí humedecerlo tanto con mis lágrimas, que mis manos llevaron muchas veces a los labios el sabor amargo del llanto; y fue así, abrazado de mi libro, defendido el pecho por sus páginas, que me dormí aquella noche, la última de mi vida en que debía ver al autor de mis días.

Quería romper, si ya era tiempo, la fascinación que sobre ejercía, considerándola no sólo peligrosa para mi reposo, sino, lo que es más, desleal hacia ti.

Y ese era el resultado: ella, que quería hacer que su amante volviera a tener creencias, ella que quería atraerle a su propia fe, se veía empujada a la duda, a la negación. ¡En vez de curar al enfermo, éste la había contagiado su mal; en vez de purificar al réprobo, se encontraba contaminada por su contacto! Pero ¿podría, en realidad, renegar por largo tiempo las creencias de toda su vida?

Pero me gustan tanto los niños, que tengo verdadera manía por ellos, y los ajenos me parece que deberían ser míos... y, créalo usted, no tendría escrúpulo de conciencia en robar uno, si pudiera... Pues yo también, si pudiera... declaró Fortunata, que no quería ser menos que su rival en aquello de la manía materna. ¿Pero es que se le han muerto a usted, o que no los ha tenido?

Palabra del Dia

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