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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Bien, pues, por lo pronto te mando que tomes las dos puntas de esta sábana y que tires hacia allá con fuerza... ¡No tanto, hombre, que me arrastras!... ¡Basta, basta!

Vense no más que agudos picos, campanarios excéntricos, espantosas y negras mamilas, dientes atroces de tres puntas, y toda esa masa de lava, de basalto, de fundiciones de fuego, está coronada de lúgubre nieve.

Había bajado la cabeza, y en su turbación jugueteaba con las puntas del delantal, avergonzada como una niña que se da cuenta de pronto de la significación de su sexo y escucha el primer requiebro. El domingo siguiente, Febrer fue por la mañana al pueblo.

Las costas de este seno se hallan bordeadas de varias islas y las puntas de pequeños arrecifes; pero en la parte SE. éstos se extienden cerca de 7 millas hacia el medio del seno.

-Eso es -dijo Sancho Panza-, a lo que a me parece, haber salido a la vergüenza. -Así es -replicó el galeote-; y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas y collar de hechicero.

A veces un soplo más fuerte de la brisa levantaba sordo rumor entre las ramas medio desnudas de los árboles. El arroyo estaba cubierto de una bruma blanca y espesa, por encima de la cual asomaban sus puntas los juncos y arbustos que crecían en las orillas. A la luz de la luna este manto de bruma resplandecía tan blanco como la nieve.

La calle Real, la más grande de aquella villa, y como si dijéramos la columna vertebral que sirve a las otras de engaste y punto de partida, estaba materialmente cubierta de jinetes franceses y de caballos. Aunque la mayor parte eran cadáveres, había muchos gravemente heridos que pugnaban por levantarse; pero clavándose de nuevo en las agudas puntas del suelo, volvían a caer.

Los dos hombres, dejándome a atado y con la boca tapada, cogieron cada uno un remo y, apalancando en las paredes y remando, llevaron el barco hasta las puntas. Ya allí, tiraron de las cuerdas para izar las velas, chirriaron las garruchas, y dos formas obscuras aparecieron en la obscuridad de la noche.

Luego la señorita Beaudoin, que las echaba de fina y le reprendía por las más pequeñas cosas; y para acostumbrarle a las buenas maneras sacaba de su ridículo algún bombón acidulado como ella y se lo presentaba con las puntas de los dedos como si mandara ponerse de manos a un perrillo faldero.

La gran señora ha perdido el arrebol de su fresca vejez; amarillea, se lleva á los ojos las puntas de un guante. Tal vez es ella la que ha llamado al hombre, al conocer su historia por el relato de su acompañante; tal vez el viejo se ha introducido en su camarote, con el atrevimiento del dolor. Vuelvo á oír desde mi asiento el rumor de sus voces.

Palabra del Dia

creolina

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