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Actualizado: 24 de julio de 2025
Repetía yo los títulos de los libros y el nombre del autor; miraba a Domingo, y comprendiendo que le adivinaba, sonrió y me dijo: Sobre todo no linsonjee usted al publicista para consolar al poeta.
Consigno aquí esta declaración como respuesta, tardía sí, pero categórica a lo escrito en una célebre revista de circulación universal por un discretísimo y malogrado publicista francés 26, que al mismo tiempo que favorecía mi obra con apreciaciones lisonjeras, indicaba que el autor de ella se proponía concitar los ánimos de sus compatriotas contra Francia.
La novela cuya publicación iniciamos hoy significa un triunfo para su autor y una conquista para las letras nacionales. Don Enrique de Vedia, acreditado ya como escritor didáctico y publicista vigoroso, también había hecho apreciar en varias ocasiones sus cualidades de narrador y sus dotes de inventiva.
Dando tregua al espíritu progresivo y reformista que le animaba, supo mostrarse tierno y sensible, lo cual en nada menoscaba su gloria de publicista. Cecilia no se cansó en mucho tiempo de llorar a su buena madre, con quien la ligaba tanto el parentesco de la carne como el del alma. De todos sus hijos, era ésta la que más semejanza guardaba con ella, aunque no era la preferida.
Halley, el mas grande astrónomo de la Gran Bretaña, amó y cultivó la poesía, y en hermosos versos que brillan como astros al frente de los Principios de Newton, celebró las sublimes ideas de su predecesor, hermanando el cálculo con la inspiracion. Grocio, el severo publicista, es contado entre los poetas de su nacion, y legó á Milton el gérmen de su inmortal poema.
Yo dije para mí: aquel es un hombre disfrazado de caballero, y señalé al vizcaino: aquel otro es un caballero vestido de hombre, y señalé al sábio y modesto publicista. Otro incidente me ha impresionado más. Un amigo llega esta mañana, me mira, calla, y despues de un minuto de silencio, me dice: ¿usted me oye? Sí, señor, le oigo. Si usted no me ayuda, dentro de tres horas estoy en la cárcel.
Es indudable que nuestro interés egoísta debería llevarnos a falta de virtud a ser hospitalarios. Ha tiempo que la suprema necesidad de colmar el vacío moral del desierto, hizo decir a un publicista ilustre que, en América, gobernar es poblar. Pero esta fórmula famosa encierra una verdad contra cuya estrecha interpretación es necesario prevenirse, porque conduciría a atribuir una incondicional eficacia civilizadora al valor cuantitativo de la muchedumbre. Gobernar es poblar, asimilando, en primer término; educando y seleccionando, después. Si la aparición y el florecimiento, en la sociedad, de las más elevadas actividades humanas, de las que determinan la alta cultura, requieren como condición indispensable la existencia de una población cuantiosa y densa, es precisamente porque esa importancia cuantitativa de la población, dando lugar a la más completa división del trabajo, posibilita la formación de fuertes elementos dirigentes que hagan efectivo el dominio de la calidad sobre el número. La multitud, la masa anónima, no es nada por sí misma. La multitud será un instrumento de barbarie o de civilización, según carezca o no del coeficiente de una alta dirección moral. Hay una verdad profunda en el fondo de la paradoja de
Palabra del Dia
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