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Actualizado: 14 de junio de 2025
A la primera palabra que usted pronuncie advirtiéndome que necesita de mí me volverá usted a encontrar. De lo contrario... De lo contrario... murmuró saliendo lentamente de su embotamiento. Empleó algunos segundos para analizar en el fondo de su alma aquella frase que para los dos encerraba la amenaza de un adiós definitivo.
Quiso el cielo que oyésemos los pasos y la tos del padre vicario que llegaba, y nos separamos al punto. Volviendo en mí, y reconcentrando todas las fuerzas de mi voluntad, pude entonces llenar con estas palabras, que pronuncié en voz baja e intensa, aquella terrible escena silenciosa: ¡El primero y el último!
Confiadamente me atrevo ya á suplicaros que prosiga vuestra dignación los favores de vuestro gran padre, para lo que nos basta sólo que admitais benigno esta breve noticia de nuestras fatigas; que bien se yo y sabemos todos los Jesuitas, que la sombra sólo de vuestro augusto nombre, templará nuestros afanes, enjugará nuestros sudores y hará que respetuosa aun la envidia de tanta fortuna, pronuncie y para como aplausos y alabanzas, aun lo que aprenda y conciba como dicterios y calumnias.
¡Oh! ¡Es usted militar carlista! exclamó con vocecita dulce y sonriendo. ¡Cuánto me alegro de conocerle! ¡Pobrecito! ¡pobrecito! No dejó de sorprenderme aquella compasión tan prematura, cuando yo no había narrado en su presencia desgracia alguna, ni siquiera había abierto la boca. Señora, la alegría y el honor son míos pronuncié algo turbado.
Pero casi en seguida vi a una mujer, en pie, cerca de la ventana. Me dirigí a ella, doblé una rodilla y tomándole una mano la llevé a mis labios. No habló ni se movió. Me levanté y, a pesar de la indecisa luz, noté la palidez de sus mejillas, vi la aureola que le formaban sus hermosos cabellos y sin darme cuenta de ello pronuncié dulcemente su nombre: ¡Flavia!
Todo lo que puedo recordar, y aun muy vagamente, de aquellos instantes de confusión y de ira, es que pronuncié algunas palabras en solicitud de un plazo de unos meses para dedicarlos a la reflexión y seguramente, añadí, para que no se hiciera ilusiones, que de otro modo nada obtendrían de mí, porque mi madre salió dirigiéndome una mirada más severa que de costumbre.
Si vuelven á Francia no podrán vivir sino muy retiradas y probablemente el señor de Freneuse tendrá que constituirse en prisión, pues hasta que se pronuncie la nueva sentencia le considerarán como culpable. Vénganse, pues, con nosotros á Nueva York... Dejaremos á mi padre y á mis hermanos ir á Dakota y nosotros nos instalaremos tranquilamente en Newport.
Palabra del Dia
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