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Apenas podía leer la enmarañada escritura del autor de Prometeo. Los sonidos equivocados, que eran los más, le desgarraban los oídos. El tono era difícil, y anunciaba sus asperezas una sarta de infames bemoles, colgados junto a las dos claves, como espantajo para alejar a los profanos. No obstante, ayudado de su voluntad firme, de su anhelo, de su furor músico, Miquis tocaba.

Los personajes sólo sienten, padecen, se mueven y llevan a término la acción. Dramas comprensivos, como las epopeyas de que hablamos al empezar, se habían dado ya en la historia de la poesía. ¿Qué otra cosa era el Prometeo de Esquilo, que el mismo Goethe trató de escribir de nuevo y del que escribió en efecto trozos notables?

Pero aquel principio fecundo para la civilización, y singularmente para las artes, que ha engendrado la Iliada, el Prometeo encadenado, la Niobé y el Partenon, que más tarde creó las obras portentosas del Renacimiento, exagerado en la Europa moderna, sacado fuera de sus justos límites, ha traído consigo el desequilibrio y como resultado la decadencia.

La estatua de Prometeo. La vida es sueño. Las cadenas del demonio. Comienza con una escena semejante á la que se halla también al principio en La vida es sueño. Irene, hija del rey de Armenia, está presa desde su nacimiento en una cárcel obscura, por haber profetizado un astrólogo que su libertad acarrearía á su país todo linaje de males.

¡Oh pobre corazón! ¡Icaro triste y triste Prometeo! si subes a la altura el sol te embiste y, amarrado a la roca del deseo, ni dicha ni quietud para ti existe. Y esto lo sabes bien, ¡oh entraña mía! y sabes del sendero que es muy largo ¡oh entraña! y, sin embargo, vas cruzando el sendero en tu porfía.

En días sucesivos leyeron con las cabezas juntas, como los amantes adúlteros del poema dantesco. «¡Qué hermoso! exclamaba ella . ¿Y dices que esto tiene miles de años? ¡Si es de lo más moderno! ¡Si parece de ahora!...» Llevada de su caprichosa imaginación, lamentaba que las palabras nobles y melancólicas de Prometeo no fuesen acompañadas de música. «Una música de Wagner, ¿me entiendes?, de nuestro amado don Ricardo... O mejor de Beethoven: algo así como la Novena sinfonía». Fernando recordaba la escena que los había hecho comulgar a los dos en el estremecimiento de la admiración.

Sería un cuerpo sin alma; sería la bella estátua de Prometeo sin el fuego sagrado que la dió vida y movimiento.

"Ya sabemos lo que son esos héroes tiesos, acartonados, de las tragedias clásicas: siempre los mismos. No se concibe el amor á la libertad sin Bruto, ni el odio al imperio sin Cinna. ¿Cómo puede haber pasión sin Fedra, y fatalidad sin Edipo, y parricidio sin Orestes y rebelión sin Prometeo, y amor á la independencia sin Persas?

Prometeo está encadenado a la roca, y en torno de él, chapoteando las olas, las clementes oceánidas, las ninfas del mar, se apiadan del suplicio del héroe. «¿Qué has hecho, desgraciado, para que así te castiguen los dioses?» «He enseñado a los mortales a que no piensen en la muerte» contesta Prometeo. «¿Y cómo lo conseguiste?» «Les he hecho conocer la ciega esperanza».