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Tiene las manos blancas y finas, los ojos dulces, la voz suave, el habla graciosa; sabe tocar el ole en un organito muy mono, y cuando no está mamá delante, habla de cosas mundanas con tanta gracia como decencia. ¿Y fray Pedro Advíncula, va a casa de usted? ... es amigo de lord Gray. Y a usted ¿no la prepara para algo? A contestó la muchacha con profundo desconsuelo a , para nada.

Pero si Juan se esforzaba en sofocar en lo más profundo de su ser su sentimiento, a pesar suyo, deseaba ardientemente gozar el mayor tiempo posible de la presencia querida de María Teresa, y vivía en el temor continuo del casamiento de la joven.

La señora sentía deseos de salir á las horas más extraordinarias: cuando acababa de llegar de un baile, muchas veces después de haberse acostado, ó en las primeras horas de la mañana, que eran para ella lo que son las horas de profundo sueño para los demás mortales. En otras temporadas, los chófers se relevaban durante semanas enteras sin franquear la verja del palacete.

El pueblo marselles es muy altivo y orgulloso; se cree superior á todo el mundo, haciendo mucho alarde de los primores de Marsella, y tiene un desprecio profundo por los Parisienses y aún por los de Lyon: no ha mucho los llamaba todavía bárbaros.

Todo esto transfigurado por aquel ambiente de gabinete de amor iluminado por un inmenso fanal de nácar. Los crujidos secos de las ramas sonaban en el profundo silencio como besos; el murmullo del río le parecía a Rafael el eco lejano de una de esas conversaciones sostenidas con voz desfallecida, susurrando junto al oído palabras temblorosas de pasión.

Ven, señora, y si, en lugar de los palacios de cristal que en el profundo mar dejas, como una de sus habitadoras, hallares en nuestros ranchos las paredes de conchas y los tejados de mimbres, o, por mejor decir, las paredes de mimbres y los tejados de conchas, hallarás, por lo menos, los deseos de oro y las voluntades de perlas para servirte.

Y como no era factible llevarle cogido de las dos orejas, el anciano teólogo se avino, aunque con profundo dolor, a soltar una, comunicando instantáneamente a la otra su parte de presión para que no se desperdiciase nada.

Dostoievsky, escritor ruso, y Silvio Pellico, italiano, han narrado ambos la historia de sus martirios en la prisión donde por causas análogas estuvieron encerrados. El libro del primero titulado Recuerdos de la Casa de los Muertos es más original, su sentimiento quizá más profundo, su observación sin disputa más delicada.

Deseaba ocultarse, como si en su vergüenza necesitase más sombra, más silencio, y huyó otra vez, siempre hacia lo alto, remontando la escalera de la última toldilla, cerca del puente. Aquí, calma absoluta; la escasez de luz hacía más visible el azul profundo del cielo, más intenso el fulgor de los astros.

A par que se complacía en él, se afligía de haberle pagado tan caro. En la melancólica hora del crepúsculo vespertino su preocupación fue más intensa y revistieron más negros colores los fantasmas de su imaginación atribulada. Parecía que estos fantasmas, saliendo de lo profundo de su mente, tomaban cuerpos vaporosos y se proyectaban y se hacían visibles en el aire.