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En la conjuración se había guardado profundo secreto. Nada sospechaba Abdul ben Hixen. La mayoría de su gente de armas, aunque era de muslimes, discurría por la ciudad, sin cautela ni reparo y se divertía en la fiesta, requebrando a las mozas y retozando también con ellas. El sultán, no obstante, se hallaba encastillado en la fortaleza, en cuyo centro se levantaba el regio alcázar.

Mas ya, ¿quién pondrá en mis manos su pan y el de sus hermanos? ¡Ay, Señor! que en mi profundo dolor presiento males prolijos; que en este afán angustioso, lloro, más que por mi esposo, por el padre de mis hijos

Los Golfines paseaban en los días buenos; en los malos tocaban el piano o cantaban, pues Sofía tenía cierto chillido que podía pasar por canto en Socartes. El ingeniero segundo tenía voz de bajo profundo, Teodoro también era bajo profundo.

Ramiro hollaba las losas con respeto profundo, y su espíritu se henchía de una abstracta emoción de majestad y de muerte al recorrer las inscripciones de los enterramientos.

El pobre viejo se sintió presa de un violento golpe de fiebre: quiso recapacitar y no pudo; los más horribles pensamientos cruzaron por su imaginación; perdido siempre en la habitación, volteó dos o tres muebles, tuvo miedo, se le aflojaron las piernas y cayó desfallecido sobre el piso. Un silencio sepulcral reinaba en las habitaciones, tan profundo, como en la obscuridad que lo rodeaba.

Pero el pueblo belga nutria un profundo espíritu de libertad y un alto sentimiento de dignidad que le hicieron comprender desde el primer dia sus verdaderos intereses.

A sus ojos asomaron las lágrimas. «No interprete usted mis lágrimas como una concesión dijo a Isidora . Lloro por el recuerdo de mi querida hija. En cuanto al parecido...». Volvió a observarla tan fijamente, que Isidora, al sentirse acariciada por aquel mirar profundo, se estremeció de esperanza.

Mi alma se sintió dominada por un recogimiento profundo.

El cadete siguió todavía bastante rato hablando de mismo con voz de bajo profundo, contándole cien mil cosas que no le importaban nada, y afirmando a cada instante que era un hombre muy especial. Miguel no podía adivinar en qué consistía esta especialidad, como no fuese en la nuez, que, en efecto, cada vez le parecía más especial.

Nada de esto, que tan hermoso era y tan a la vista estaba, sabían leer ni estimar los dos mozones que tan profundo respeto tenían a don Sabas solamente por ser cura de su parroquia y hombre de indiscutible competencia en cuanto se les alcanzaba a ellos.