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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Bajó Tomás, y con los ojos bajos y sumisión grande se hincó de rodillas ante su padre, el cual le abrazó con grandísimo contento, a fuer del que tuvo el padre del Hijo Pródigo cuando le cobró de perdido. Ya, en esto, había venido un coche del Corregidor, para volver en él, pues la gran fiesta no permitía volver a caballo.
Incorporose el anciano estremecido y corrió bamboleándose débilmente hacia la puerta. Estaba abierta. Por ella llegaba el tumulto de una gran ciudad que despierta, y entre este tumulto las pisadas del hijo pródigo que se perdían a lo lejos, para siempre. El coche se deslizaba penosamente por la estrecha carretera, dando frecuentes sacudidas.
En sus alrededores sólo existe, afortunadamente, un solo buscador de pepitas, viejo geólogo que enseña con orgullo algunos granos brillantes contenidos dentro de una caja de cartón, donde posee todo el fruto de sus largos trabajos. Otro manantial, vecino al pequeño Eldorado, se presenta también pródigo en pepitas brillantes pero de bien distinta especie.
Lo que tuvo lugar allí no ha trascendido fuera, pero a la mañana siguiente se supo que el señor Tomás había dado con el hijo pródigo. Sin embargo, ni la apariencia de los modales del joven justificaban a un perspicaz observador la anterior narración.
Con la tenaz energía de su raza, se había embarcado sin saberlo su padre en una fragata que se hacía a la vela para cargar guano en las islas Chinchas, tripulada por gentes de pueblos diversos: ingleses desertores de la flota, lancheros de Valparaíso, indios peruanos, lo peor de cada casa, bajo el mando de un catalán cicatero, más pródigo en los rebencazos que en el, rancho.
Don Ramón era pequeñuelo, viejo y flaco; pero tenía mucho espíritu y agallas y no se acoquinaba por poco. Notó don Paco que tenía las manos atadas con un cordel a la espalda, y dedujo que le habían llevado allí y que le retenían por violencia. Pronto las mismas palabras del tendero murciano, tan pródigo de ellas, confirmaron la deducción de don Paco.
Trabajar sin descanso hasta conseguir la vuelta del hijo pródigo, hasta destruir este foco de impiedad que podía contagiar los corazones sanos de Peñascosa, hasta remover aquella piedra de escándalo. Quedó decidido en su pensamiento que volvería de nuevo a la carga. Pero esta vez iría mejor apercibido; conocería perfectamente todos los argumentos de los herejes y llevaría preparada la réplica.
-No más refranes, Sancho -dijo don Quijote-, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento; y muchas veces te he aconsejado que no seas tan pródigo en refranes y que te vayas a la mano en decirlos; pero paréceme que es predicar en desierto, y "castígame mi madre, y yo trómpogelas".
Pasaba mi padre los términos de la liberalidad, y rayaba en los de ser pródigo: cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi padre tenía eran tres, todos varones y todos de edad de poder elegir estado.
Cuando supo la causa se sentó a su lado y le prodigó los consuelos que pudo. En el pasillo se discutía con gritos horrísonos la cuestión del Syllabus.
Palabra del Dia
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