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Actualizado: 23 de julio de 2025
Después de echar un vistazo detrás del castillo, se decidió por el patio, limpio de árboles. Colocaría á los contendientes de modo que sus figuras no resaltasen sobre un fondo de pared. Lewis, á pesar de sus prisas, creyó necesario hacer los honores de la casa. «¿Una copa de whisky?...» Como no le habían dado tiempo para prepararse, y él habitaba ahora en Monte-Carlo, su despensa estaba vacía.
Tiene usted razón; no hay nada más estúpido que fiscalizar el trabajo de los artistas. Alegrémonos del resultado de sus esfuerzos cuando nos lo ofrecen y no les persigamos con nuestras prisas. La de Peñarrubia frisaba ya, como sabemos, en los cuarenta. Fisonomía bastante ajada, aunque no desprovista de belleza; pintado el rostro y teñidos de rubio los cabellos.
Quien piensa en sí no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes ponen en el curso natural de los sucesos. De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado.
La cena, hecha con prisas al volver de la iglesia, unas veces era mala, otras peor y, si Pepe, a causa del trabajo de la imprenta, no venía temprano, doña Manuela, Leocadia y Tirso, en vez de acostar al pobre viejo, se ponían a rezar el Rosario y la Letanía con alguna oración de añadidura, como preces por los herejes o acciones de desagravios; con todo lo cual quedábase don José preso en la butaca junto a las vidrieras del balcón, mirando pasar gente, viendo encender faroles y aumentar las sombras, sin oír palabra que le distrajese ni frase que le consolara.
Deme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo». De Venezuela pasó, de nuevo, llena el alma de tristezas y emociones viriles, a la Babel moderna de los rubios mocetones y las nevadas inclementes: a New York, a esa ciudad de las ansias, de las regatas, de los afanes, de las prisas, a ese horno colosal donde se sazona el egoísmo y se pierden entre espirales de humo y ruidos de maquinarias, los besos y las lágrimas....
Jacinta hubiera querido subir también; pero Guillermina la sofocaba con sus prisas. «¿Hija, sabes tú la hora que es?». «Sí, nos iremos... Lo que es por mí, ya estamos andando» decía la otra sin moverse del corredor, mirando a la techumbre, en la cual no veía otra cosa que el horrible tinglado donde colgaban los cueros puestos a secar.
Palabra del Dia
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