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Actualizado: 17 de junio de 2025
ELOY. ¡Oh! ¡El interés de la República...! ¡Si viera usted cuán poco me importa! A mí no me preocupa mas que una cosa. EL JUEZ. ¿Cuál? ELOY. ¡Que mi mujer no se entere de esta historia! EL JUEZ. Será muy difícil ocultársela. ELOY. ¿De veras? EL JUEZ. Y, además, ¿qué importaría que lo supiera? ELOY. ¡No haga que me alegre sin motivo...!
Se trata de los cuarteles del escudo perteneciente á la familia de Sosire, cuyo jefe Sir Leiton es mi tío, casado con la viuda de Sir Enrique Oglander, de Nunvel. La delimitación de esos cuarteles ha sido cuestión muy debatida entre cuantos entienden de blasones. ¿Qué tal vamos, capitán? Me preocupa el estado de la nave, señor barón.
Está bien, tengo fe en ti dijo el señor Aubry que se debilitaba. Tú respondes del porvenir y del presente de la cristalería; pero hay otro presente que me preocupa: me inquieta la situación de mi hija a causa de la falta de esos bribones... Al celebrar sus esponsales, contraje compromisos, y ésos tú no puedes asegurarme que los cumpliré...
Hay algo en él de misterioso y sombrío que nos hace olvidar pronto el alegre y voluptuoso palacio de Granada, que nos preocupa, que se apodera de nuestra alma, que fija y absorve nuestra atencion en una historia lúgubre y sangrienta escrita por las tradiciones de cuatro siglos en las galerías, en los salones, en los patios, hasta en los jardines.
No se exalte, gentleman; al contrario, debe usted mostrarse prudente y conciliador. Creo que esto se arreglará finalmente. Puede usted presentar sus excusas al Padre de los Maestros. Yo explicaré que todo se debe á su desconocimiento de nuestra lengua y nuestras costumbres. Lo que me preocupa más es lo de Ra-Ra; pero si no hay otro remedio, lo abandonaremos y que siga su destino.
Esos, en su egoísmo, tienen tal concepto de la importancia de su persona, que necesitan que ésta se perpetúe después de la muerte, admitiendo como indispensables los cielos y los castigos inventados por las religiones. El hombre emancipado por la ciencia, se preocupa de la suerte de la humanidad tanto ó más que de la de su individuo.
¡Dios mío, qué ángel es usted! dijo Lázaro. ¡Qué perfección! Yo la admiro á usted y la venero, señora. No soy digna de veneración, sino de lástima contestó con mucha amargura. Y dió un suspiro profundísimo que parecía sacar al espacio los misterios encerrados en el Sancta sanctorum de su pecho. ¡Digna de lástima! exclamó el aragonés sorprendido. ¿Pues qué puede usted apetecer? ¿Qué la preocupa?
¿Si será por lo mismo que a mí me preocupa? ¿Qué es? Si esa chica... Si aquella vergüenza... ¡Eso! ¿Te acuerdas de la carta del aya? Como que yo la conservo. Tenía la chiquilla doce o catorce años, ¿verdad? Algo menos, pero peor todavía. Y tú crees... que... ¡Bah! Pues claro. ¿Si será una Obdulita?
Palabra del Dia
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