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Actualizado: 19 de junio de 2025
Estos eran los únicos ó los mas principales que comerciaban en aquella edad por estos reinos: ellos los que ponian grandisimos precios á las mercaderías que hacian venir de otras naciones; pues como los españoles ignoraban el valor que ellas tenian al sacarse de las fábricas pagaban todo cuanto les pedian.
Era un lujo destrozar á tiros las botellas de champaña traídas de Europa, pagándolas luego á unos precios que hubiesen escandalizado á muchos ricos. Otros, para beber un simple vaso de vino, hacían abrir la espita de un tonel, dejando que chorrease en su vaso durante mucho tiempo lo mismo que una fuente, perdiéndose enormes cantidades de líquido.
Una cuenta compensativa de las oficinas de hacienda de Manila sobre este jénero de operaciones, hubiera manifestado al Gobierno resultados seguros para tomar una determinacion en este punto; pero de todos modos es preciso proceder del principio de que cuando los empleados del gobierno hacen esa clase de tráficos en jéneros de comercio libre, pierde aquel siempre, porque sus ajentes son malos administradores, á quienes falta el cálculo y conocimientos de los precios del mercado y demas circunstancias que asisten y concurren siempre en los comerciantes particulares en negocios propios.
Los oficiales y tropa, estaban sometidos a ración de carne de caballo, y sobrándoles el oro a los sitiados, pagaban a precios fabulosos un panecillo o una fruta. El marqués de Torre-Tagle, moribundo ya del escorbuto, consiguió tres limones ceutíes en cambio de otros tantos platillos de oro macizo, y llegó época en que se vendieron ratas como manjar delicioso.
El afortunado palurdo enviaba cualquier cosa, lo que le convenía por su baratura, y siempre se arreglaban las circunstancias de modo que encontraba el mercado vacío, los precios por las nubes, sin reparar en la calidad del género, y realizaba fabulosas ganancias.
Lástima grande causa ver á un tan poderoso reino, afligido por la mayor pobreza en tiempos del infeliz monarca Enrique IV i reducido al estremo de trocar los hombres sus mercaderías por vilisimos precios.
Se consoló apreciando su situación. ¿Qué le faltaba? Chichí era feliz, con una alegría egoísta y ruidosa que dejaba en olvido todo lo que no fuese su amor. Sus negocios no podían resultar mejores. Después de la crisis de los primeros momentos, las necesidades de los beligerantes arrebataban los productos de sus estancias. Jamás había alcanzado la carne precios tan altos.
Bien es que el gobierno tendría cuidado de poner ínfimos precios a los frutos y efectos poco necesarios, para separar a los indios de la aplicación a cosas inútiles, inclinándolos a las útiles por medio de los mejores precios y utilidades que les rindieran, como se dirá cuando se trate del gobierno.
Nunca se había visto en otra la gran dama; y este sencillo y honrado placer se le debía a la mujer de un magistrado cesante. ¡Y ella se había pasado la vida pagándolos a precios exorbitantes en las grandes cúspides sociales, sin adquirir uno solo que no la dejara rastros de amargura y de remordimientos!
No encontraba nada que valiese la pena de ser presentado en una mesa como la del príncipe, y eso que los precios pagados por él le producían indignación al compararlos con los de los tiempos de paz. ¡Y la servidumbre!... Había hecho venir criados de España, ya que todos los del país estaban en el ejército, pero se los sonsacaban inmediatamente los dueños de los hoteles.
Palabra del Dia
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