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Y todas las miradas se volvieron hacia el punto que Kernok designaba con el extremo del anteojo. ¡Ocho, diez, quince portas! exclamó ; una corbeta de treinta cañones; ¡muy bonito! y por añadidura, de la escuadra azul. Llamó a Zeli.

A quien se va a llevar el diablo es a dijo Jacintito estrujando con rabia el periódico, ¡estoy de un humor! ¡maldito sea o senhor don Raimundo de Melo Portas e Azevedo! ¿Te ha echado otra vez la garra? ¿Cómo no? pero la culpa es mía. ¡No le costó poco arrancarle al viejo los cinco mil nacionales, que debía al pícaro portugués!

Levantóse el señor de Melo Portas e Azevedo, cubrió su calva con la chistera tornasol y se dirigió a la puerta, después de saludar a derecha e izquierda. ¿No vienes? preguntó a su primo, Jacintito. Te espero respondió Quilito sin volverse.

Le atribuía las mejores cualidades y no dejaba de recordar que había egresado de la Facultad de Derecho con las más altas clasificaciones de su curso. Charito, abandonando por algunos minutos al joven de la voz amaricada, tomó las manos de Adriana y la miró con expresión sorprendida. ¿Por qué te portas así? Es un muchacho que te quiere con lealtad, con pasión.

Don Mariano supo en el día la terrible noticia. ¡El capitán Pérez estaba ad portas!... Sin perder un momento, requirió una contestación categórica de Coca... Y Coca, que no quería otra cosa, le juró que jamás había amado al capitán Pérez... Vázquez le preguntó aún: ¿Está usted segura, Coca, de no haberlo querido... y de que nunca hubiese llegado a quererlo?...

Decía esto, y se separaba de un grupo para ir a otro, seguido de su corte de admiradores; y si alguien le hubiera observado, habría visto que el personaje evitaba cuidadoso un encuentro, que debía serle particularmente desagradable: el del levitón del señor Portas, que hasta hace poco ejercía sobre él la atracción del imán. ¡Misteriosa singularidad, cuya clave poseía quizá míster Robert!

Su popa estaba muy adornada, y entre las ventanas de la cámara del capitán y del teniente había un dragoncillo esculpido y debajo el título: El Dragón. No era este barco como aquellos viejos bombos holandeses que en mi tiempo se veían arrinconados en los puertos. Su color era negro, con una faja blanca, y tenía portas fingidas para darse aires de barco de guerra.

Pero, amigo Portas dijo Jacintito furioso, yo no le debo a usted nada. ¿Duda usted que he de pagarle? Con el interés que quiera, déme usted cincuenta mil pesos, a treinta días. ¡Diez centavos que me pidiera, no se los daría a usted! Y se largó. ¡Chúpate esa!

Quiero que seas leal conmigo, como yo lo soy contigo. En cuanto te canses avisas... Aquí no me entres a ningún hombre, porque si algún día descubro gatuperio, me marcho tan calladito y no me vuelves a ver... Lo mismo haré si lo descubro fuera. Si te portas bien, no dejaré de protegerte, ni aun en el caso de que me fuera preciso dejarte».