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Allí se armó un zipizape del Noroeste con tal cerrazón y tales celliscas, que al cuarto día amanecimos mar adentro y sin ver una pizca de tierra.

Pero eras mozo y tenías mucho tiempo y mucha tierra por delante; yo viejo y con muy pocas fantasías en la cabeza, y no sobrado de calor en la masa de la sangre; los muchos años hicieron al cabo una de las suyas, y ayer mañana, como quien dice, una pizca de nada, un sorbo de leche más de los acostumbrados, el aire de una puerta, el aletazo de un mosquito, me acaldó en la cama.

Sólo el hecho de haberme citado en la Moncloa demuestra que esta pobre chica no tiene experiencia ni pizca de malicia. ¡Está monísima! Ahora, ahora que no está en Madrid el bestia de su marido, es cuando tengo que domesticarla. Y ha de ser en mi casita. ¡Venus a domicilio! ¡Vaya si vendrá! La verdad es que lo más cómodo es que ellas vengan a verle a uno. ¡Y cómo les gusta!

A la legua será, porque, lo que es de cerca ni pizca manifestó Manuel Antonio. Y María Josefa y Emilita Mateo y Paco Gómez confirmaron con su risa la especie. Amalia insistió.

En mi sentir, tan perverso y tan insufrible es Baudelaire componiendo su letanía diabólica y otras lindezas de las Flores del Mal, como no pocos poetas, que andan por ahí presumiendo de religiosos y de moralistas, y que escriben, sin pizca de verdadero sentimiento, odas á Dios, á la virtud y á la vida monástica, ó narraciones y dramas de severa moralidad aparente, cuyos personajes no pueden menos de ser contrahechos, monstruosos, cursis, y como en la vida real no se estilan ni se estilaron nunca.

Verdad es que ni pizca de falta le hacía a Ribera, quien tuvo la fortuna de ver multiplicados los dos olivos que le dejara el ladrón y disponía ya de estacas para vender y regalar.

Todo lo que pudo obtener es que continuaría allí hasta la llegada de su substituto. Le quedaba un mes por delante: he aquí cómo lo aprovechó. Compró algunos gramos de ácido arsenioso que guardó en su habitación. Cogió una pizca, la cantidad necesaria para matar a dos hombres, y la disolvió en un vaso de agua.

Conoció al mediquillo de Tablanca y le abrazó muy regocijado y cariñoso; a me saludó con la cortesía y los ademanes de un gran señor, de los exquisitamente educados; porque los hay de ellos sin pizca de educación.

Lavábale y planchábale los pañuelos del cuello, le hacía el lazo de la corbata, ocultaba con alguna piadosa mentira sus fechurías, y de vez en cuando le metía en el bolsillo alguna peseta. Eduardito, como niño mimado, la trataba sin pizca de miramiento, desvergonzándose con ella en cuanto le reprendía cualquier travesura.

Pero aunque era Lucía fresca y mujerona como una Niobe, tipo muy común entre las señoritas yankees, mostraba tan patente en ciertos pormenores el origen español, que hubo de decirse a mismo el que la consideraba: «no tiene pizca de traza de extranjeraMirola aun buen rato, como buscando en su aspecto la solución del enigma; hasta que al fin, encogiéndose levemente de hombros, como el que exclamase: «¿Qué me importa a , en resumen?», tomó de su maletín un libro y probó a leer; pero se lo impidió el fulgor vacilante que a cada vaivén del coche jugaba a embrollar los caracteres sobre la blanca página.