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Actualizado: 20 de junio de 2025


Puede no satisfacer á muchos esta explicación, no porqué parezca ilógica, sino porque era de esperar que se usara la misma voz que en pitó indicó la sustracción: en uno se dice expresamente quitados dos y en otro la idea de desaparición de dos es secundaria y como consecuencia de dos espacios ó varios, en el lugar en donde debía haber dos dedos.

Se lo dije a Chisco y me respondió, muy secamente, que no, añadiéndome que lo importante era que no le faltara a nadie la serenidad: en teniéndola, todo lo demás corría de cuenta de él. La alusión no podía ser más directa a , porque Pito, de tan bruto como era, pecaba precisamente por el extremo contrario.

También se quedaron Chisco y Pito Salces con otros dos mozones de mi confianza, bien advertidos por de muchos cuidados, particularmente el de la vigilancia, no si porque me salió espontáneamente de adentro la ocurrencia, o porque me la inspiró una mirada elocuentísima de la mujer gris, al ver cómo iba a quedarse la casona, sin nosotros, indefensa y punto menos que vacía.

En cuanto a , con admirar tanto como admiré la atrocidad heroica de Pito Salces, y con sentir tan hondamente como sentí el percance tremendo del pobre Chisco, aún me resultaba poco todo ello en comparación del cuadro de horrores que yo había estado forjándome en la cabeza durante el día y una buena parte de la noche.

Cuando llegó a noticia de Momo que Marisalada iba a ponerse bajo la tutela de Rosa Mística, para aprender allí a coser, barrer y guisar, y sobre todo, como él decía, a tener juicio, y que el doctor era quien la había decidido a este paso, dijo que ya caía en cuenta de lo que don Federico le había contado de allá en su tierra, que había ciertos hombres, detrás de los cuales echaban a correr todas las ratas del pueblo, cuando se ponían a tocar un pito.

Cuando subía a la toldilla, seguido de Old Sam, el contramaestre, que refrendaba las órdenes con los silbidos del pito, se veía a un hombre sabiendo mandar; tenía una gran precisión en sus disposiciones, y su voz áspera de marino, formada de gritar en medio del mar y de las tempestades, parecía hecha para dominar a los hombres y a los elementos.

De manera que en aquellas fechas no había adelantado su negocio un solo paso. Tampoco el de Chisco, según éste me confesó muy sereno, y eso que le tenía algo más adelantado que Pito Salces el suyo.

Natural era que al rey D. Carlos se guardaran consideraciones excepcionales en el viaje referido: su cronista consigna que ponían á las señoras linternas de hierro mientras se acostaban, después de lo cual el capitán del navío visitaba los lugares y no quedaba más lumbre que en los faroles de popa; una linterna en la cámara del Rey; otra en la de la infanta doña Leonor, su hermana; la de la bitácora y la del castillo de popa «bajo la cual se resguardan los marineros mientras el pito no les llama

Desde el fondo de la cueva salió otro tiro entonces: el de la espingarda de Pito. Hirió también al oso, pero sólo le detuvo un momento: lo bastante para que el mozón de Robacío le hundiera la hoja de su cuchillo por debajo del brazo izquierdo, hasta la empuñadura.

Pito Salces, que no quitaba ojo a Pepazos ni perdía una sola palabra de las que iba diciendo el mozallón, en cuanto éste cesó de hablar se plantó de un saltó en la orilla de la barranca, y allí se puso a husmear, con la avidez de un perro de buena nariz, en todas direcciones y hasta en las negras profundidades del abismo.

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