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Recorrió varias calles gozando este sosiego extraño parecido á un letargo. Su pensamiento y su corazón permanecían quietos. Reinaba un silencio profundo en aquella última hora de la noche. Ni un transeunte se tropezaba por casualidad en las calles. Sólo sus pasos sonaban sobre la acera y de vez en cuando el silbo agudo del pito de los serenos.

Esta costumbre inmemorial traducida en precepto, consistía en pasar muy cerca por la popa de la capitana, saludar á la voz y con trompetas, dar cuenta de ocurrencias y recibir la orden . De ella hablaba el cronista del emperador Carlos V al narrar el primer viaje que desde Flandes á España hizo en 1517 con armada de 52 bajeles, diciendo era espectáculo en verdad majestuoso contemplar aquellas naos soberbias como otros tantos castillos, obedientes á la voz del soberano; á la hora de la amanecida sobre todo, cuando una á una pasaban por la popa de la Real á dar el buen viaje con ciertas voces al son del pito del contramaestre, y cañonazos.

El notario, al verle salir así, y pensando mejor, se arrepintió de haber entregado aquellos cuartos a semejante mamarracho. Algo sabía D. Benito, y aún algos, del pito que tocaba Reyes en su casa; pero lo que acababa de oír y lo que sospechaba le hacía ver con claridad del mediodía: y de resultas de esta clarividencia empezó a temer por su dinero.

Los grupos de campesinos bebían el último trago con los del pueblo, antes de emprender la marcha, deseosos de relatar los incidentes de la famosa lucha durante la velada en la casería. En la plaza sonaban el pito y el tamboril con cadencias de baile. Se había reunido toda la gente joven para celebrar la victoria con un aurresku, la gran danza vasca que tenía algo de rito primitivo.

La ineptitud de Bonis para toda clase de negocio serio, industrial, económico, era tal, que oía hablar al tío y al alemán como si fuera griego todo lo que decían. Hablaban en su presencia del mal estado del negocio antiguo sin que comprendiera palabra. El negocio nuevo era otra cosa. Pero en ese no tocaban pito los fondos Valcárcel, como los llamaba el ingeniero, despreciándolos ya completamente.