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Actualizado: 11 de mayo de 2025
Pisaba más fuerte, tosía más recio, hablaba más alto y atrevíase á levantar el gallo en la tertulia del café, notándose con bríos para sustentar una opinión cualquiera, cuando antes, por efecto sin duda del mal pelaje y de su rutinaria afectación de pobreza, siempre era de la opinión de los demás.
Le convidaban a comer, obsequiábanle mucho; pero bien sabían todos que si nuestro capitán pisaba las alfombras de aquel palacio, era «para conocer más de cerca a la canalla», como él mismo decía.
A las diez se abrieron las mamparas, y Miguel entró empujando á los primeros jugadores, gente modesta y tímida. Sufría la nerviosidad, la impaciencia, la sorda cólera de las mañanas en que se había batido. Pisaba con fuerza; sus manos se arqueaban como si pretendiesen estrangular el aire. Al mismo tiempo sentía la confianza orgullosa del tirador, seguro de que dará en el blanco.
El rubor no la dejó en todo el camino. Marchaba en un estado de confusión y vergüenza que la impedía ver el suelo que pisaba. De vez en cuando sus labios se movían murmurando: ¡Qué brujas, Dios mío, qué brujas! Pero debajo de aquella vergüenza latía un pensamiento dulce más vergonzoso aún.
La experiencia, el profundo conocimiento de las personas, los viajes y la desgracia, habíanle dado elementos bastantes para construir en su pensamiento una patria muy distinta de la que pisaba, y la inmensa superioridad de esta patria soñada en parangón con la auténtica era en él motivo constante de padecer y aburrimiento.
No sabía la joven de cierto si pisaba en el tillo crujiente o en una nube esplendorosa y flotante, o ya en el barco milagroso de Fernando.... Iba alucinada, henchida de felicidad....
El pueblo culpable conocía el poder que de tal modo lo conmovía. Las gentes pensaban que el joven ministro era un milagro de santidad: se imaginaban que por su boca hablaba el cielo, ya para consolarlas, ya para reprobarlas ó bien para decirles palabras de amor ó de sabiduría. Á sus ojos, el terreno que pisaba estaba santificado.
Cuando llegó la noticia al palacio del gobierno, ya pisaba Gillespie la cúspide de la colina. Al entrar en su antigua vivienda notó inmediatamente los efectos del abandono. Todo lo perteneciente á él estaba en la misma situación que lo dejó al salir de allí. Únicamente, en los extremos del edificio, las cocinas y la despensa mostraban un desorden semejante al de una ciudad entregada al saqueo.
Doña Cristina se sentía ahora dueña absoluta del suelo que pisaba. Ella á un lado con los suyos, y el médico á otro. Era un extraño odioso: la sangre de nada valía cuando las almas se separaban para siempre. Pero el doctor despreció esta hostilidad.
Vista de espalda, descubría por bajo del sombrero gran parte del rodete bien prieto, formado por una cabellera rubia oscura, surcada de hebras algo más claras, que, heridas por la luz, parecían de oro. Su andar era pausado y firme; pisaba bien y sus movimientos estaban animados por una gracia encantadora.
Palabra del Dia
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