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Comienza de hacer informaciones, Y prende á los que estaban inocentes, Y con algunas falsas relaciones, Con prision atormenta á muchas gentes. No sale con sus vanas pretensiones, Aunque pone calor y grandes dientes; Y así confuso deja la pesquisa Del libello, diciendo que era risa.

Al campana robado le queda aún como arma la delación y la usa como venganza; si los ladrones son tomados, éstos no dejan de envolverlo en sus declaraciones, y se hunde con ellos, y si no lo son, se ve libre y queda aguardando una oportunidad de hacerles caer en las garras del gallo policial: este es el origen verdadero de más de una pesquisa curiosa que ha servido para bombo a algún inútil.

Mendieta en esto pone gran pesquisa, Las cartas en zapatos despachaban: El falso mensagero se lo avisa, Y como en los zapatos se hallaban, En callar se resumen suspirando, Que el hablar se juzgaba por nefando. En esto á Santa quiso bajarse Con vana presumpcion y bizarria, Que es víspera cercana de acabarse Sus quiméras y loca fantasía.

Y la carta no parecía, y su terror crecía. Por la primera vez de su vida blasfemó. Por la primera vez de su vida se creyó el más desgraciado de los hombres. Y por la primera vez se olvidó de su cocina. Esto era lo más grave que podía acontecer á un hombre como el cocinero mayor. Volvió de nuevo á su inútil pesquisa.

Supo esta noticia el Rei Católico, i con esto halló un nuevo pretesto para dar alimento á su insaciable codicia, i así dispuso por cédula dada el 2 de Setiembre de 1492, i firmada por él i su esposa, que se hiciese en el arzobispado de Toledo pesquisa de aquellos judíos que faltando á lo prevenido habian sacado de estos reinos oro, plata, moneda i cosas vedadas, que se investigasen los bienes que habian vendido á los cristianos, i que investigados se secuestrasen al punto.

Así, pues, se dio comienzo a una pesquisa que tenía por objeto un buhonero: nombre desconocido, cabellos negros y crespos, color moreno de un extranjero, mercader de cuchillería y bisutería que llevaba en un cajoncito, y grandes aros en las orejas.

Nuestro auriga, Yuba-Bill, que penetraba en aquel momento de regreso de una pesquisa infructuosa, tuvo que contentarse con la explicación, no sin que el sentado paralítico se librara de una fiera mirada. Como cumple a todo buen cochero, había buscado y encontrado, por fin, un cobertizo en donde acomodar sus caballos, pero regresaba calado, y como de costumbre, malhumorado.

Es un listón prodigioso, fadado con hados tales, que dos que con él se ciñan cierto invisible se hacen. Probemos, Zaide, probemos; usemos mágicas artes, y en su insensata pesquisa nuestros verdugos se cansen. Desdobla el listón Jarifa, con él se anuda a su amante, cuando de presto, ¡oh, qué espanto!, ven una sierpe soltarse.

¡Con razón te piden de la quinta!... ¡Claro! ¡Se llevan los mejores agentes y lo dejan a uno aquí con puros gallegos!... ¡Mirá!... ¡Te vas a quedar conmigo; te voy a enseñar para pesquisa! ¡Está bien, señor! El comisario de la quinta te ha pedido al jefe, pero voy a contestar que pides seguir el servicio aquí. ¡Está bien, señor! ¿Sos casado? ¡No, señor!