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Y al despedirse, mientras Azorín estrechaba la mano de Pepita, esta mano tan blanca, tan carnosita, tan suave, con sus hoyuelos, con sus uñas combadas, Pepita ha dicho: ¿Me escribirá usted, Azorín? Y Azorín ha contestado que , que que le escribirá a Pepita una carta muy larga desde París, contándole las andanzas de su cuerpo y las terribles perplejidades de su espíritu.

Si le confieso mis perplejidades, despreciará mi debilidad y se negará a defenderse, la conozco, ofendida en su orgullo tanto como en su amor.

Bajó la escalera y entró en la sala, donde encontró a la sirvienta, la que le dijo que la señora estaba ya levantada e iba a bajar en seguida. Se dejó caer en una silla, angustiado de nuevo por sus terribles perplejidades. Todavía quedaba cierta duda en su espíritu. El aya no podía quererle mal, y sin duda no se había dado cuenta de las consecuencias de lo que iba a hacer.

Y ella, a solas, sumergida en hondas perplejidades y tristezas, repetía en su mente las preguntas del juez, deploraba no haber dado tal o cual contestación, revolvía lo cierto con lo dudoso, la acusación de la ley con los datos de su memoria, el testimonio de su conciencia con ciertas presunciones y sospechas, para tratar de sondear aquel antro obscuro que, desde la acusación por falsificadora, se había abierto ante sus ojos.

Carmen estaba encantada, Narcisa furiosa, y doña Rebeca parecía abstraída en perplejidades y temores, con un aire lánguido de víctima, muy mal avenido con su figurilla inquieta y alocada. Sentía un enfermizo reblandecimiento de amor maternal hacia el marino, y veía avecindarse en torno suyo los iracundos celos de Narcisa.

Muchas habían sido sus perplejidades al respecto, y el solo día feliz que la pobre mujer hubiese tenido, en muchos años, era el reciente en que su hija, viendo su inquietud por su relación con el señor de Lerne, le había saltado al cuello exclamando: ¡Mira como te abrazo!... no lo haría así, si fuese culpable. ¡No! ¡no me atrevería!

Entonces, de repente, entre la espesa bruma de temores y perplejidades que envolvía la mente de Jacobo como una cerrazón del océano, paralizando su natural audacia, brotó un punto luminoso... El tío Frasquito era rico, influyente, tenía entrada en todas partes, y aquella ridícula aventura le ponía en su poder atado de pies y manos, dadas las femeniles manías del presumido viejo.

Pensé contarte entonces mi aventura, pero me arrepentí en el acto porque se me ocurrió que , como más experto que yo en lides de amor, te burlarías de mis perplejidades. En suma, paralizado por ellas, tuve tres días la carta cerrada sobre mi mesa sin saber qué hacer con ella.