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Actualizado: 25 de julio de 2025
Esto que yo escribo se llama una crónica. »Y al día siguiente, cuando al levantarme la veo en el periódico, aparto los ojos de ella avergonzado, y meto el periódico en el cajón de la cómoda. »Y otra vez principia otro día igual al de ayer e idéntico al de mañana: leo, paseo un poco, vuelvo a leer, torno a escribir las cosas horribles sobre los pequeños papeles.
Y hasta es posible que me dieran una paliza.» Se alejó cosa de veinte pasos y se detuvo nuevamente. El aire iba siendo más frío. Su gabán casi no le abrigaba. Al meterse la mano en el bolsillo, encontró el periódico. Casi estuvo a punto de llorar de rabia.
Panfleto fué en sus orígenes el Facundo: panfleto periodístico, improvisado, banderizo. Es bien sabido que su primera edición apareció en los folletines de El Progreso, en Chile, el año 1845. Había publicado Sarmiento en ese mismo periódico unos Apuntes biográficos sobre Aldao, el fraile caudillo, muerto a principios de aquel año en Mendoza.
Pepe comprendió que el Padre R... era su hermano, y profundamente disgustado, hizo que Millán averiguase la verdad del caso preguntándolo en la imprenta de aquel periódico, y al mismo tiempo revisó cuidadosamente los demás que había de leer su padre, decidido a evitarle la desazón que pudiera acarrearle la noticia.
A su lado solía sentarse un caballero que tenía un vicio secreto: escribir cartas a los periódicos de la corte con las noticias más contradictorias. Firmaba «El Corresponsal» y siempre que un papel de Madrid decía «Lo de Vestusta» era cosa de él. Al día siguiente desmentía en otro periódico sus noticias y resultaba que «Lo de Vetusta» no era nada.
A los cuatro meses, su única lectura era la de un periódico católico absolutista recomendado por el obispo de la diócesis: la Teología, las Sagradas Escrituras, los Santos Padres, cuanto representaba labor intelectual, quedó olvidado, surgiendo en su lugar otro género de motivos de actividad para el pensamiento, y sustituyendo distinto linaje de devoción a la contemplación seria de los misterios y los dogmas.
Francamente, no puedo hacerme a estas costumbres nuevas... Escribir a un periódico... Poner un anuncio... ¡Y qué anuncio!... Gracias, abuela, gracias de todos modos exclamé con transporte. No hay de qué respondió la abuela. Pasa por el mundo entero una especie de viento de locura... No me habléis más de todo esto concluyó volviéndonos la espalda.
Una tarde se hallaban ambos asomados de bruces al balcón principal de la casa. El conde leía un periódico. Miss Florencia paseaba por la huerta con los niños. El día estaba opaco y caluroso.
Aquí, le diré a usted francamente, no hay prensa. A otra. Aquí no queremos periódico, hay que trabajar de noche. Dios ha hecho la noche para dormir. Sí, pero no el impresor contesto furioso. ¿Qué quiere usted? Luego, es trabajo en que no se gana: como no hay cajistas en España, piden un sentido, se hacen valer; el público no quiere pagar caro, el oficial no quiere trabajar barato.
El chico, al mismo tiempo, iba descubriendo un natural sensible y despejado: adoraba a su madre y la enorgullecía con sus triunfos en el colegio: todos los meses diploma de honor: en todos los exámenes sobresaliente o notablemente aprovechado. Más tarde, cuando alcanzó los diez y seis años, le trajo un periódico donde aparecían unos versos firmados por él.
Palabra del Dia
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