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; tiene Vd. razón de confiar en , y de esperar que no he de perderme porque una piedad relajada y muelle abra las puertas de mi corazón a los vicios transigiendo con ellos.

» díjeme interiormente; no niego que semejante matrimonio puede perderme para siempre en el mundo; ¡pero no puedo explicarme cómo encuentro en Teobaldo tanto rigor y tanta dureza!

por cierto: he reñido con un palafrenero del rey; he conocido á dos grandes señores; me he perdido en el alcázar... ¡Ah! ¡os habéis perdido... en el alcázar...! ¿y qué aventura os ha sucedido al perderos? ¡Perderme! exclamó el joven, y suspiró porque se acordó de la hermosura de la dama de la galería.

Permaneceré cerca de vosotras para haceros olvidar la penas que os he causado y emplearé mi vida entera en pagaros mi deuda de ternura. Y quién sabe si comparando lo que seré con lo que he sido, llegaréis á pensar que la providencia aparentó perderme para salvarme mejor.

¿Y qué aventura os sobrevino en el alcázar cuando os perdísteis? Os lo repito: mi aventura en el alcázar ha sido perderme. Pero esa es una palabra que puede entenderse de muchos modos. ¡Ah, señora...! ¡tengo una sospecha...! ¿Qué? dijo con cuidado mal encubierto la dama. Que acaso vos seáis la causa de que yo me haya perdido. ¡Yo! ¡y no me conocéis!

Asíos á mi brazo, que seguro estoy de no perderme; toda la calle de Atocha arriba, á la calle de la Magdalena, la de la Merced, la del Duque de Alba, la de Toledo, la plaza de la Cebada y la calle de Don Pedro; iría con los ojos vendados.

¡Ah! ¡Desgraciado! no digáis eso... no lo penséis siquiera... ¡Os estoy tan agradecida, por el contrario! ¡Os debo tanto, amigo mío!... Mirad, os voy a decir una cosa que os sorprenderá mucho... según creo, pero en fin, voy a decírosla... pues bien, vos me habéis salvado. ¡Sin vos, estaba perdida!... Ahora podéis estar seguro de que no deseo perderme con vos... ¡Ah, amigo mío, caeríamos de tan alto!

Cuando le preguntaba el motivo de ésta, me miraba tan dolorosamente como si temiera perderme en seguida. Un día, muy lejano ya, cuando por primera vez me habló de su vida de soltero, ¡había tanto desdén en sus palabras! Y la convicción de haberse apartado por fin del error, de la culpa, ¡lo reconfortaba tanto!...

Pues esto es peor, mucho peor dijo Quevedo ; paréceme que en esto andan mis enemigos y que perderme quieren; achacaránme resistencia á la justicia, embrollaránme el proceso y bien podrá ser que algo más que negro me sobrevenga.

El régimen respetado con religiosa escrupulosidad. El miedo guarda la viña, seré esclava de la higiene. Todo menos volver a las andadas. Continúo mi diario, en el cual no me permito el lujo de perderme en psicologías ya que usted lo prohíbe también. Todos los días escribo algo, pero poco. Ya ve que en todo le obedezco. Adiós. No retarde su visita. Quintanar le saluda... roncando.