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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Viajero afortunado; con el caudal ya corto de su madre, por tierras de afuera, perdió en ellas, donde son pecadillos las que a nosotros nos parecen con justicia infamias, aquel delicado concepto de la mujer sin el que, por grandes esfuerzos que haga luego la mente, no le es lícito gozar, puesto que no le es lícito creer en el amor de la más limpia criatura.
Siempre cuento, con buena justicia y equidad, que en contraria balanza de estos pecadillos y deslices, se me pondrán en cuenta y data, no los servicios de soldado, pues para premiar vos no sois Emperador, sino mi buen ingenio en el tiempo que os serví, la grata voluntad que siempre os tuve y tantas cuchilladas como dí a vuestro lado en diversas ocasiones.
No le apuró gran cosa el reparo...; verdad es que, quizás por llamar mi atención hacia otra parte más risueña, puso, como introito de su réplica, la extensa genealogía de su amor, con entretenidos comentarios sobre las diferencias esenciales entre el modo de nacer y desarrollarse la pasión que le había vencido, y los agradables entretenimientos que hasta entonces habían sido la única necesidad de su corazón; y como si hubiera adivinado mis «curiosidades» y se anticipara a satisfacer mis deseos, él mismo trajo a la colada algunas historias que a mí me interesaba conocer en toda su verdad: pecadillos sin malicia las más de ellas; rumores sin fundamento serio las restantes, como lo de Leticia, por ejemplo... Pues le creí, así como suena..., ¡yo, que tantas veces me había reído del candor de otras mujeres en casos parecidos!... Si no hay que darle vueltas: el corazón humano, «que nunca se engaña», es un odre henchido de equivocaciones en cuanto se apasiona un poco.
Llegaron a gritar todos juntos, tan desaforadamente, que el divino Cervantes se creyó expiando algunos pecadillos en las profundidades del purgatorio... Sólo Sancho guardaba un pensativo silencio, sentado a los pies de la cama... Quiso decir algo a don Quijote, y no lo pudo, cubierta su palabra por la infernal algarabía...
Me asombro de ver por ahí madres muy cristianas, que celando hasta lo sumo las hijas solteras, ven con indiferencia los pecadillos de las casadas. Yo no soy así; por eso no quiero que se casen mis niñas; no, jamás, jamás. Casadas estarían libres de mi autoridad, y aunque no las creo capaces de nada malo, la idea de que pueden cometer una falta, siéndome imposible castigarla, me horripila.
Tenía éste pésima idea de los efectos morales de los baños de todo el Cantábrico, y especialmente de los baños de Palomares. La mayor parte de los penitentes volvían de aquel pueblo de pesca con la conciencia llena de pecadillos que, si tratándose de otros casi le hacían sonreír, en la Regenta le hubieran hecho muy poca gracia.
Ah, mi cura, si me confesase ahora ¡cuántos pecadazos tendría de que acusarme! Ya no son, no, los pecadillos de antes, que conocíais tan bien. Y sin dejar de comer, le describía mis complacencias vanidosas, mis impresiones, mis trajes, mis ideas nuevas.
Delaberge escuchaba con disgusto toda esa letanía de lamentaciones. Compartía muy medianamente el dolor de esa mujer a quien, más que el remordimiento, atormentaba el decir de las gentes. Creía además desproporcionados sus terrores por la falta cometida. Veintiséis años habían pasado por encima de sus pecadillos de la juventud.
Palabra del Dia
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