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Actualizado: 21 de junio de 2025
Bien lo sé, pero lo que pretende es imposible...» Y se levantó para acompañarme... Entonces tuve un acceso de debilidad, el primero desde que era huérfana; hasta ese día había sido fuerte, pero sentía agotado mi valor. Sufrí un ataque de nervios y de lágrimas. Me repuse, al fin, y partí.
La pobre niña comprendió, según creo, más de lo que yo le decía: sus grandes ojos asombrados se llenaron de lágrimas y me saltó al cuello. Partí. El ferrocarril me condujo á Rennes, donde pasé la noche. Esta mañana monté en una diligencia que debía dejarme, cinco ó seis horas después, en la pequeña ciudad de Morbihan, situada á poca distancia del castillo de Laroque.
Yo tendré lugar de contarte lo que me ha sucedido después que me partí de nuestro lugar, por obedecer el bando de Su Majestad, que con tanto rigor a los desdichados de mi nación amenazaba, según oíste. Hízolo así Sancho, y, hablando Ricote a los demás peregrinos, se apartaron a la alameda que se parecía, bien desviados del camino real.
En este punto se descansa un cuarto de hora; los viajeros, y los equipajes que siguen á Suiza, se trasladan á otro tren. De Paris á Basilea, la Champagne, admirable y rica, y Nancy, ciudad importante. A las ocho de la mañana, doce horas justas despues de haber salido de Paris, parti de Estrasburgo, entrando en Basilea á las cuatro horas.
Fui rica en mi infancia y pobre en mi juventud. ¡Lo que he luchado para ocupar otra vez mi antiguo rango y vivir de acuerdo con mi primera educación!... Y la lucha continúa... y las catástrofes se repiten... y cada vez me veo más lejos del punto de donde partí.
Al día siguiente por la mañana nos separamos; la joven pareja se dirigió a su nuevo domicilio y yo partí para el extranjero. No hablaré de los tres años que pasé en tierras extrañas.
Ocho dias antes de partir, vino uno del Brasil, diciendo habia llegado navio de Lisboa, que era de Juan Helsen, mercader de Lisboa, y Erasmo Schetzen, corredor de Amberes: y por no perder esta ocasion, partí de la Asumpcion con mis veinte indios, en dos canoas, por el Rio de la Plata, el dia de San Estevan, á 26 de Diciembre de 1552: y al cabo de 46 leguas, llegamos al pueblo Suberic Sabaye, en el cual se nos juntaron otros cuatro españoles, con dos portugueses que se iban sin licencia del general.
Partí con ellos luego, ántes que este celo se enfriase, y me interné en el corazon de la selva mas hermosa del mundo en busca de un árbol, que bastase él solo para construir una canoa. Mis salvages, que conocian uno por uno todos aquellos árboles, me llevaron en derechura hasta el mas grueso de ellos, cuyo tronco, de veinticinco piés de circunferencia, quizas habia visto pasar muchos siglos.
Hacía un mes que no conocía ese lujo asiático. La dulce anciana, cariñosa, rodeándome de todas las imaginables atenciones, me traía a la memoria el hogar lejano y otra cabeza blanqueda como la suya, haciendo el bien sobre la tierra. Partí adelante, sólo, para hacer preparar el almuerzo en Chimbe. A la hora de camino, la mula se me cansó definitivamente; ni la espuela ni el látigo eran suficientes.
La ginebra había repuesto a Diógenes por completo, y púsose a ayudar a Tom Sickles y al prusiano a enganchar el tiro, cantando con aguardentosa voz de cualquier mozo de cuadra una tonada antigua que llamaban El Mayoral: Vamos, caballeros, Vamos a marchá ¡Al coche, al coche! ¡Basta de pará! Vamos ligerito, Vamos a partí. Empués los calores Nos van a freí...
Palabra del Dia
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