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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Estaba todo perfumado, su traje era casi tan rico como el del Rey, su andar afeminado y lánguido; de sus orejas pendían zarcillos primorosos; de su garganta un collar de perlas; ceñía su frente una guirnalda de flores. Era el mismo Parsondes, que me echó los brazos al cuello. Yo soy, me dijo, muy otro del que antes era.
Hay esperanzas, me dijo, de que Parsondes viva aún; pero, si ha muerto, es menester vengarle y castigar a su matador, que no puede ser otro que el rey Nanar. Tu sabiduría, señor, le contesté, es como la luz, que lo penetra y descubre todo.
En esto desperté de mi sueño y me volví a encontrar en mi pobre casita de esta corte. Creo, añadía nuestro amigo al terminar su cuento, que con menos riqueza y a menos costa pueden los Nanares del día seducir a los Parsondes que zahieren su inmoralidad y sus vicios, movidos, no de la caridad, sino de la envidia.
Vences al cocodrilo en prudencia y al lince en perspicacia; pero, ¿cómo has sabido que Parsondes puede vivir aún, y que, si ha muerto, Nanar ha sido su asesino? ¿No han asegurado los magos que Parsondes está en el cielo? ¿No han descubierto los astrólogos en la bóveda azul una estrella, antes nunca vista, y no han reconocido en esa estrella el alma de Parsondes?
Los sectarios de la religión de Ahura-Mazda creían, pues, a puño cerrado, que Parsondes debía contarse en el número de los veinte o treinta grandes profetas, precursores y continuadores de Zoroastro hasta la consumación de los siglos.
Por último, una noche me armé de toda mi austeridad y resolución, y dije a Nanar, en nombre del Rey mi amo, que en el momento mismo iba a decir dónde estaba el virtuoso Parsondes, si no quería perder el reino y la vida.
Nosotros acusábamos a Nanar, como Parsondes le había acusado antes; pero nuestra voz, menos autorizada que la suya, no tocaba el corazón de Arteo, ni le decidía a destronar a Nanar, y a poner otro Rey más morigerado en Babilonia. Nanar era más descreído y libertino que Sardanápalo, y en Babilonia no se adoraba ya a otro dios que al interés y a Milita, o como si dijéramos, a Venus.
En vano mis camaradas y yo predicábamos contra la corrupción. El vulgo y la nobleza se nos reían en las narices. Nosotros nos vengábamos con hablar de la santa vida de Parsondes y con ponerla en contraposición de la vida que ellos llevaban. Así iban las cosas, cuando una mañanita Arteo me hizo llamar muy temprano a su presencia.
Aunque en Susa y en todo el imperio de los medos, con los reinos tributarios, había hombres de otras varias religiones y creencias, todos respetaban y casi divinizaban igualmente a Parsondes, si bien por diversos estilos.
Los buenos creyentes daban, pues, por seguro que Parsondes había subido a la región de la luz increada, cerca de Ahura-Mazda, donde brillaba casi tanto como los Amschaspandes y los Izeds, y donde eclipsaba, a su propio feruer con beatíficos resplandores.
Palabra del Dia
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