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El genio de la muerte, Pausanias, el que hace cesar todos los cuidados y dolores, le había aparecido á Apeles en los momentos solemnes de los actos anteriores, para arrebatarle las prendas más queridas. Pausanias sale ahora de entre las ruinas. Apeles le pide la muerte, y Pausanias le dice que él no puede morir. Todo muere ó ha muerto, sin embargo, en torno suyo. Palmira está ya casi desierta.

Luego la hermoseó con templos y palacios espléndidos y con casi inexpugnables fortalezas. Tal fue el maestro de Palmira. Al volver victorioso de los persas y antes de entrar triunfante en la ciudad, tuvo en el desierto un raro coloquio con dos genios: el de la vida y el de la muerte: y logró la inmortalidad, ó al menos una prolongadísima duración de la existencia propia.

En todos estos sitios se halla mi corazón; a cada paso encuentra amigos; hasta las piedras y los árboles me conocen y pronuncian un nombre. ¿Qué importa que este nombre, como Thebas o Palmira, no recuerde al viajero la fastuosidad de un imperio? La sangre humana vertida por causa de los tiranos. Empequeñece aquella grandeza y convierte los imperios en azote de Dios.

Así, v. gr.: un papiro de la colección es el único documento escrito del reinado de noventa días de los emperadores Pupieno y Balbino. En otro papiro se declaran los títulos de la reina de Palmira, Zenobia, y de su hijo, que reinó á par de ella, y que se llamaba y titulaba Aurelio Septimio Vabalato Atenodoro, vir clarissimus, Rex, Imperator, dux Romanorum.

Es inevitable el frió beso de Perséfone para surgir alegre en otra verde primavera y recibir los besos de la áurea Afrodite. Tal es la enseñanza del drama. Su desenlace es patético. En Palmira hay una santa mujer llamada Zenobia, portento de caridad, consuelo y amparo de los afligidos y menesterosos. Apeles la ve. Y ella le reconoce y él reconoce en ella á Zoe, á Febe, á Pérsida y á su nieto.

Palmira, después que el emperador Aureliano venció á la gran Zenobia, decayó de su prosperidad y grandeza; pero tuvo un hijo, llamado Apeles, que ansió y consiguió restaurarla en su antiguo florecimiento. Apeles fué á la vez gran guerrero y gran artista. A la cabeza de sus compatricios y ayudando á las Legiones de Roma, venció á los persas, que habían acudido á apoderarse de su ciudad natal.

Este, que ha ido vagando por diversos climas y regiones sin poder morir, llevando en la frente el signo de la vida, como Caín y el judío errante, aparece de nuevo en Palmira, en el quinto y último acto.