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Eres el grito del derecho herido, la encarnación de las candentes lágrimas que en la noche sin luz de su pasado, de mi país los ojos escaldaban. Yo te leí cien veces. Noble amigo, hallé siempre flotando en cada página, un paño para el llanto del esclavo, para el tirano vengadora tralla.

Curioso es en extremo observar en baja mar las hiladas sobrepuestas donde se lee la historia del globo en gigantescos registros, do los siglos acumulados ofrecen completamente abierto el libro del tiempo. Cada año se traga una página. Es un mundo que se derrumba, que el mar muerde constantemente por debajo, y las lluvias, los hielos, atacan con más fuerza por arriba.

#Nota a pie de página:# Esto pasó en Mérida en 23 de junio.

Su teatro era la alcantarilla, y un fango espeso y mal oliente cubría todos sus personajes. Y tal era el temperamento de aquel hombre insigne, que cuanto Dios crió lo veía feo, repugnante y asqueroso. Estos epítetos los encajaba en cada página, ensartados como cuentas de rosario.

Voy á consignar aquí en mi libro una página de oro de tu libro historial; esa página se abre el 17 de noviembre de 1307, fecha memorable, fecha eterna.

Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te has de volver, en cuanto al cuerpo, pues eres hombre de humo ó tierra.» ¡Lee esto! ¡lee esto! decía el millonario abriendo el libro por aquella misma página que tenía señalada, como si fuese su obsesión. ¡La Muerte! murmuraba luego.

De todo corazón me entrego a ti, Dios mío, y gustosa acataré tus paternales decretos. ¡Dame tu bendición para mis hijos, y para mis amigas, para aquellos que me aman y a lo que yo tanto he amado en este valle de lágrimas! Estas son las últimas palabras que mi madre escribió en la última página de su diario. Esto es lo que resta aquí en la tierra del alma pura de aquella santa y encantadora mujer.

Página 229. Digo yo el infrascrito D. Juan Jacinto Félix Vielsa, Rector y cura propio de la Real Capilla de S. Martin de el Real Palacio de la ALJAFERIA de la Ciudad de Zaragoza, en que residen los Sres.

El rótulo del legajo es la sentencia latina que me sirve de epígrafe, sin el nombre de mujer que yo le doy por título ahora; y tal vez este rótulo haya contribuido a que los papeles se conserven, pues creyéndolos cosa de sermón o de teología, nadie se movió antes que yo a desatar el balduque ni a leer una sola página. Contiene el legajo tres partes.

Cada página llevaba al pie un gran cimiento de letra menuda y apretada citando autores de todas las naciones, libros de todas las literaturas, y hasta largos fragmentos en diversos idiomas. No hacía afirmación, por simple que fuese, que no la acompañase con el testimonio de media docena de escritores.