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Actualizado: 15 de julio de 2025
Nadie hablaba: no hacía el varón caso de la hembra, ni buscaba la muchacha el halago del mozo, ni el niño se detenía a jugar. Los fuertes parecían rendidos, los jóvenes avejentados, los viejos medio muertos. ¡Casta dos veces oprimida por la ignorancia propia y el egoísmo ajeno!
Todo le había sido fácil en los primeros tiempos. Recordaba a su madre, una señora pálida y cortés, de personalidad algo borrosa, que parecía encogerse como oprimida por la majestad del esposo. Su amor a Fernando, el hijo primogénito, era el único sentimiento vehemente que desdoblaba y hacía vibrar con energía su dulce pasividad.
Yo me he de partir hoy, porque me manda Que acuda de Coín a la flaqueza, De los fieros cristianos oprimida, Ejercitados en continuos robos, Celadas, quemas, correrías, talas Y otras malas y ruines vecindades Que suelen siempre hacer los fronterizos, Y más donde Rodrigo de Narváez Está con tal valor, consejo y fuerza, Que es uno de los nueve que publica Del Sur al Norte la española fama.
La herida, franca, había sido bien oprimida, y lavada con mordiente lujo de permanganato. Todo esto, a los cinco minutos de la mordedura. ¿Qué demonios podía temer tras esa correción higiénica? En casa concluyeron por tranquilizarse, y como la epidemia provocada seguramente por una crisis de llover sin tregua como jamás se viera aquí había cesado casi de golpe, la vida recobró su línea habitual.
Ese portento de hermosura habrá caído en las redes de otra persona, que no en las mías. Yo sé lo que me digo exclamó D. Pedro con atronadora voz y basta. Denme licencia para retirarme, que avanza la hora y esta tarde he de embarcarme con la expedición que va al Condado de Niebla a operar contra los franceses. La ociosidad me enfada y deseo hacer algo en bien de la patria oprimida.
Las tres dirigieron á un tiempo los más impertinentes rayos de sus miradas sobre el semblante de la infeliz muchacha, que estaba con los ojos bajos, el alma oprimida y sin poder pronunciar una palabra. ¿Es ésta la niña que usted nos ha encargado, señor don Elías? dijo María de la Paz Jesús. Sí señora, ya que son usías tan buenas que quieren admitirla aquí.
Más aún; si las inspiraciones supersticiosas y los ensueños crédulos son hijos de la soledad y de las tinieblas, ¿quién me impide dar a ese castillo habitantes y misterios; gemir por la suerte de una esposa oprimida, que agoniza en sus subterráneos, y evocar sobre sus torres las vetustas sombras de sus antiguos señores?
Era hombre de tan mala puntería que no daba ni al viento... De vuelta en Madrid, había empezado aquella vida matrimonial reglamentada, oprimida, compuesta de estrecheces y fingimientos, una comedia doméstica de día y de noche, entre el metódico y rutinario correr de los ochavos y las horas.
El día de la Virgen fue con Tónica y su amiga a la primera misa en la capilla de los Desamparados. Dentro del templo sonaba la música; la multitud, oprimida en la mezquina rotonda, esparcíase por la plaza hasta la fuente, adornada con un ridículo templete que parecía de confitería.
Si, señores, ¡vivan las Juntas! exclamó uno, levantándose . Yo me sé de memoria aquel papel que echó a la calle la de Córdoba, diciendo... Óiganme: «¡Cordobeses: los reinos de Andalucía se ven acometidos por los asesinos del Norte; vuestra patria va a ser oprimida bajo el yugo de un tirano; vosotros mismos seréis arrancados de vuestros hogares y de vuestras casas.
Palabra del Dia
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