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Y, con esto, entró en el aposento, y todos tras él, y hallaron a don Quijote en el más estraño traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el porqué; y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante.

Preocupábale la indumentaria muy más de la cuenta, al decir de su mamá, que le miraba por esto con alguna ojeriza: no había sastre que le hiciese bien la ropa, ni planchadora que le diese gusto; con tal motivo, siempre que estrenaba un traje o unas botas o se ponía camisa limpia, armaba un jollín que se oía en toda la casa; verdad que estos eran los únicos momentos en que daba cuenta de y mostraba algún arranque, porque todo lo demás de este mundo parecía tenerle sin cuidado; pero de todos modos, era un posma que molestaba mucho; y lo que decía doña Martina con muchísima razón: Si este niño es tan impertinente ahora para la ropa, ¡qué hará cuando tenga veinte años!

Maltrana acabó por cansarse de esta tertulia. Además, los genios le mostraban cierta ojeriza por las bromas de mala ley que se permitía su cultura, inventando libros y autores y declarando a última hora su superchería, cuando todos se «habían caído» afirmando conocer la obra y dando detalles de sus bellezas y defectos. Un amigo de la tertulia quiso protegerle. Aquí no vienen mas que currinches.

Varias señoras de las más encopetadas pasaron ante él sin volver la cabeza, desconociéndolo al verle en tan mala compañía. «Estas matronas tan dignas pensó él me van a tomar ojeriza si me encuentran mucho aquí. Huyamos; hay que conservar las buenas relacionesJunto a la puerta del café detuvo a Manzanares. Es inútil su empeño le dijo . Pierde usted el tiempo.

De ida y de vuelta, irremediablemente, tenía que pasar por delante de la Bolsa, y no lo hacía sin arrojarle una mirada de odio, tal era la ojeriza que sentía por aquella institución, no por lo que ella representaba, sino por lo que era al presente, convertida en mercado de especulaciones vergonzosas.

Después dije no qué cosa contra los militares: el calló; pero al concluir mi discurso, vino á hablar conmigo y me expresó con algunas palabras su disgusto. Yo no esperé más: hacía tiempo que me cargaba aquel hombre, le tenía ojeriza sin saber por qué; le dije que me importaba poco su opinión.