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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
En el prólogo á El pastor de Filida, de Montalvo, ofrece Mayans y Ciscar un abundante catálogo de novelas pastoriles de esta especie, pertenecientes las más al siglo XVII: Valencia, 1792, pág. 62. V. á Dieze zum Velazquez, pág. 376, y El tesoro de los poetas españoles épicos, por D. Eugenio de Ochoa: París, 1840, pág. 26. Lingard, History of England, V. VIII.
A pesar de lo expuesto, como doctrina general, contra la cual he pecado yo también, dejándome llevar de la corriente al escribir algunas novelas, me complazco en declarar aquí que me han entrado ganas de retractarme y de abjurar de la doctrina general mencionada al leer La Goletera, de D. Arturo Reyes.
Únicamente de este modo podía él explicarse la frecuencia con que aparecen en las novelas. Siguió mirando á la Torrebianca para darse cuenta de si era una mujer fatal ó una mujer perseguida injustamente; pero ella había bajado los ojos, diciendo con triste modestia: He sufrido mucho al ver que usted huía de mí.
Si se adopta para hacer efecto y darse charol, no tiene perdón de Dios. ¿Por qué en odas, en elegías, en coplas, en dramas, en novelas y aun en gruesos librotes de filosofía, hemos de angustiar á los mortales y quedarnos tan frescos?
Poco fecunda fue España en novelistas durante todo el siglo XVIII y los dos primeros tercios del XIX. Las novelas inglesas y francesas traducidas al castellano, casi bastaban para el consumo, ya publicadas en los folletines de los periódicos diarios, ya propinadas en tomos.
Por medio del «séptimo arte», un autor puede en la misma noche contar su historia imaginada á los públicos de Nueva York, Londres y París, á las muchedumbres cosmopolitas de los grandes puertos del Pacífico á los árabes que llegan á caballo al aduar del desierto donde funciona el modesto aparato del cinematografista errante, á los marineros que invernan en una isla del Océano Glacial y entretienen sus noches interminables con el relato mudo de las novelas luminosas.
Este país suele mandarnos grandes novelas: en 1300, la de Dante; en 1500, la de Amerigo; en 1600, Galileo. ¿Cuál es, pues, ahora la que viene de Florencia? ¡Oh! Aparentemente muy insignificante; pero ¿quién sabe? Inmensa por los resultados. Es un discurso de pocas páginas, un opúsculo médico. No atrae por su título; más bien es repulsivo.
Al verla, los ojos de Raimundo se dilataron expresando el asombro: se posaron en ella con una intensidad que la obligó a volver la cabeza hacia otro lado. Mientras compraba unas novelas francesas la estuvo contemplando extasiado, con señales de alteración en su fisonomía. El libro que tenía asido temblaba ligeramente entre sus manos.
El duque de Tornos, sin propósito de ello, sólo por el placer de dar rienda suelta a su lengua de hombre gastado y herido, corrompió más en pocos días el alma de la joven esposa que todas cuantas novelas había leído.
Cuando tuvo para vivir sin ayuda de nadie, se retiró a su pueblo, donde vivió célibe, entre primas y sobrinos, más de treinta años, dedicado a la caza, a la gastronomía y a la lectura de novelas. Tenía ciertos hábitos de grandeza, y en su modo de hablar y de escribir distinguíase tanto de sus convecinos, que antes que lugareño parecía de lo más refinado y discreto de la corte.
Palabra del Dia
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