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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Tenía treinta y tantos años y era viuda de un opulento negociante de Candelario. Por qué la llamaban Pimentosa es cosa que no se sabe; pero algunos decían que picaba mucho y levantaba ampolla a la manera de guindilla. Se podía ir a la tienda por verla despachar.
Pero aún no había tomado asiento en el Congreso el flamante político, y ya estaba convencido de una, para él, triste verdad, a saber: que para brillar en Madrid como brillaba en su provincia, no bastaban el caudal del rico negociante y las demás preeminencias que sobre éste habían ido recayendo una tras de otra.
Onofre Cortés de Agustín, soltero, negociante de oficio, natural y vecino de esta Ciudad, de edad de treinta y un años; reconciliado, preso segunda vez: leyósele su sentencia con méritos y fue relajado al brazo seglar, con confiscación de sus bienes, por hereje, apóstata, judaizante, relapso, convicto y confeso.
La libertad en Inglaterra es como todo lo que allí existe, nueva, sui generis: hay mil fenóménos y contradicciones casi indescifrables; pero por encima de todo, dominando todos los ruidos, sirviendo de punto culminante y resolviendo todo, la Inglaterra para tratar los asuntos de fuera es comercial, negociante, inglesa, ni conoce paises, lenguas ni religiones, suma, resta, y multiplica.
Y álcense estos manteles, y denme a mí de comer, que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre mí y sobre mi ínsula. En esto entró un paje, y dijo: -Aquí está un labrador negociante que quiere hablar a Vuestra Señoría en un negocio, según él dice, de mucha importancia.
Al dia siguiente supe, porque el asunto me habia interesado mucho, que el negociante interrogado habia ido, á las diez de la mañana, á casa del otro á entregarle cuarenta y cinco mil duros en renta del tres, y recibir el dinero en billetes de banco. El vendedor habia perdido mil duros para poder conseguir los quince mil prometidos de mas que no tenia en caja.
Miguel Jerónimo Aguiló, de oficio negociante; natural y vecino de esta Ciudad, de edad de treinta y siete años; reconciliado y preso segunda vez por judaizante. Estando en forma de penitente se leyó su sentencia con méritos, abjuró de levi y advertido, reprendido y conminado, fue condenado en doscientas libras y a confinación en la Isla, pena de diez años de Galeras.
Pasó con precipitación sobre los recuerdos de este período de su existencia. Un conocido de su padre, viejo negociante de Viena, había sido el primero. Luego sintió el aletazo romántico, al que no escapan las hembras más frías y positivas. Había creído enamorarse de un oficial holandés, un Apolo rubio que patinaba con ella en Saint-Moritz. Este había sido su único esposo.
Un día había entrado en el despacho del negociante más rico de la capital. Señor, sé que necesita usted novillos para Europa, y vengo á venderle una puntita. El negociante miró con altivez al gaucho pobre. Podía entenderse con uno de sus empleados; él no perdía el tiempo en asuntos pequeños. Pero ante la sonrisa maliciosa del rústico, sintió curiosidad.
No hay en toda la ciudad, le respondió el mercader, negociante ninguno algo conocido, que no hubiese venido á traeros el bolsillo; mas quando os han dicho que os he vendido lo que en mi tienda habeis comprado el quadruplo de su valor, os han engañado, porque os lo he vendido diez veces mas de lo que ello vale; y esto es tan cierto, que si dentro de un mes os quereis deshacer de ello, no os darán ni el diezmo: y no hay empero cosa mas conforme á razon, porque siendo el antojo de los hombres lo que da valor á estas fruslerías, ese mismo antojo da de comer á cien obreros que empleo yo, y á mí me da una casa bien puesta, un buen coche, y buenos caballos.
Palabra del Dia
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