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Zola o cualquiera otro autor de la escuela de Zola, hubiera hecho de la narración de tan horrible historia algo desesperante, antisocial o provocador a la blasfemia. En el ánimo del lector la culpa de todo hubiera aparecido ya en la sociedad mal organizada, ya en un fatal determinismo de nuestra humana naturaleza, el cual determinismo condenaría a la Providencia o la negaría.

Aunque se explique algo de esta suerte, queda mucho que se ignora, y en la misma narración se anudan otros hilos, y se aumentan los motivos, que mantienen viva la expectación del oyente. Es innegable, que, con este método de exposición, aventaja mucho nuestro poeta á Lope de Vega, por ser más claro y más sencillo, y suplir á la vida y la energía real del principio de las comedias del mismo Lope.

Pero, para no interrumpir la narración, prosigo por orden. Mi padre no se apartó del cadáver hasta que los enterradores terminaron con la poco noble y decorosa inhumación terrena. Volvimos al Pazo. Mi padre me traía de la mano y gimoteaba como una criatura. Entramos en lo que había sido capilla ardiente. La carta póstuma del conde yacía por tierra.

Habiendo encarecido en su narración la docilidad y natural pacífico de los indios, querría decir que la artillería era mucha, por estimarla más que suficiente para estorbarles el acceso.

El duque, después de haber recibido las enhorabuenas de todos los concurrentes por su regreso y curación, tomó asiento enfrente de la condesa y entró en la narración de todo lo que el lector sabe.

En los días, no obstante, a que hemos traído nuestra narración, la tristeza de doña Luz se modificó visiblemente. Se hizo más tierna y más expansiva. Doña Luz no se limitaba a recibir a su amiga cuando ésta iba a verla, sino que a menudo la mandaba llamar. Lloraba, suspiraba más, pero estaba menos sombría. A veces cruzaba una dulce sonrisa por entre sus lágrimas, como rayo de sol entre nubes.

Los pastores cantaron nuevos villancicos, alternando con los coros de niños que acompañaba el órgano. El cura, una vez concluido el oficio, vino a hacer en lengua vulgar , delante del concurso, la narración sencilla del Evangelio sobre el nacimiento de Jesús.

Réstame hablar ahora del marinero, objeto del odio más vivo por parte de Doña Francisca; pero cariñosa y fraternalmente amado por mi amo D. Alonso, con quien había servido. En la época de mi narración, la facha de este héroe de los mares era de lo más singular que puede imaginarse.

Por complacer á su padre había hecho el relato ante el senador, ante Argensola y Tchernoff en su estudio, ante otros amigos de la familia que habían venido á verle... No podía más. Y era el padre el que acometía la narración por su propia cuenta, dándole el relieve y los detalles de un hecho visto con sus propios ojos.

Es mi apología por este largo preámbulo, mi sola excusa para escribir esta narración, el génesis de este verídico relato. En un momento, despejó el terreno de los objetos que estorbaban, y luego nos invitó a todos a levantarnos y examinarlo nuevamente. Hicímoslo con gravedad; nada notamos sino el asfaltado pavimento.