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Actualizado: 19 de junio de 2025
En amorosas citas las aves mañaneras juegan en los ramajes y se inebrian de esencias de suaves sampaguitas. Besos de sol se posan en las cabezas mustias, y ante las plantas de una Virgen de las Angustias, musitando plegarias de matinal candor, como una blanca sombra, está Mimí de hinojos desgreñada la trenza, soñolientos los ojos, princesa fugitiva de un país del amor.
Quedó mi corazón como ese Cielo ceniciento, como esas hojas mustias, como esas hojas yertas y crispadas... ¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda fué en esa misma noche cuando vine al través del horror y de la bruma aquí trayendo mi doliente carga... ¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna! ¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo a esta región fatal de la tristura?
Se juntaban todos para tirar con fuerza diabólica de los rebaños de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo y extraordinario, restableciendo con violenta reacción la calma de la vida, que aman silenciosa y plácida, con susurros de hierbas mustias y aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo el sol. El alma de los muertos llenaba el mundo.
En su tiempo, mamá me dejaba tener tiestos en el balcón: después me los quitaron, porque un día regué tanto, que subió el policía y nos echaron multa. Siempre que paso por un jardín, me quedo embobada mirándolo. ¡Cuánto me gustaría ver los de Valencia, los de la Granja, los de Andalucía!... Aquí apenas hay flores, y las que vemos vienen por ferrocarril, y llegan mustias.
El lodo, apenas endurecido, estaba lleno de pisadas, y un frondoso grupo de castaños que había en la falda del montículo tenía, a trechos, rotos y astillados los troncos, en torno de los cuales caían desgajadas algunas ramas con las hojas ya mustias. A dos kilómetros de las primeras casas del pueblo, una serie de montones de escombros indicaba el lugar donde estuvo la estación del ferrocarril.
Varios jergones de hoja de maíz cubrían el tablado: cuatro mantas cosidas unas á otras formaban la cubierta común de los ocho, y junto á la pared yacían destripadas y mustias algunas almohadas de percal rameado, brillantes por el roce mugriento de las cabezas. Aresti pensó con tristeza en las noches transcurridas en aquel tugurio.
Palabra del Dia
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